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martes, 30 de diciembre de 2014

SOMOS LO QUE HAY. Porque cuando hay, hay y cuando no hay, pues no hay; pero aquí no sé si sí hay o de plano no hay... Y ahi'stá el detalle, chato.


SOMOS LO QUE HAY

Jorge Michel Grau, 2010

El cine nacional siempre ha tenido problemas con las películas de género. La razón es un misterio que ha parido un montón de temas de tesis de sendos campos de estudio, desde el cine mismo hasta la antropología. Quizá sea nuestra manía de querer meter a la fuerza nuestros temas nacionales en moldes extranjeros, o la egomanía de nuestros actores que se empeñan en representarse a ellos mismos en pantalla una y otra vez, o tal vez tenga que ver con las mafias sindicales y políticas que, a través del nepotismo y la burocracia, no permiten que se produzca cine de calidad en nuestro país.
    Sea como fuere, la cosa es que nuestras películas de acción nunca evolucionaron después del videohome, nuestras cintas de horror y ciencia ficción parecen comedias y nuestras comedias, cine porno. Mas si un género hemos logrado dominar, y es el que más reconocimientos nos ha dado a nivel nacional e internacional —reconocimiento que no popularidad, ésa nos la ganamos con las películas de Santo, el enmascarado de plata—, es el melodrama disfrazado de drama costumbrista… una especie de creatura de Frankenstein con el cuerpo de Anton Chekhov y el cerebro de Alejandro Casona.
    Por fortuna, a final de cuentas nada de esto tiene importancia porque el público mexicano casi no consume cine mexicano de todos modos. Y como diría Cleto “lo cual hace de todo esto un ejercicio inútil”.


    Así pues, esta película que pasó casi desapercibida por la cartelera de nuestro país gozó de un éxito considerable en el circuito internacional y de festivales; lo suficiente como para que se hiciera un remake en inglés titulado We Are What We Are (Mickle, 2013), que no es muy bueno, pero tampoco particularmente malo.
    Somos lo que hay narra la historia de una familia disfuncional y de bajos recursos de la Ciudad de México. Cuando el padre (Humberto Yáñez), un relojero de poca monta, muere de manera súbita en un centro comercial, deja desamparados a sus tres hijos: Alfredo (Francisco Barreiro), Julián (Alan Chávez) y Sabina (Paulina Gaitán), y a su esposa (Carmen Beato). La familia se desmorona y el negocio se viene abajo, la única solución parece ser apegarse a sus creencias y perpetuar el ritual que durante años han llevado a cabo: Secuestrar niños de la calle para comerlos. Ahora, Alfredo, el primogénito, deberá probar si tiene lo que se necesita para dirigir a la familia.


    Rigoberto Castañeda, el director de la renombrada Km 31: Kilómetro 31 (2006) —para bien o para mal, el máximo referente de cine fantástico y de terror en el México contemporáneo—, dice sobre Somos lo que hay que “En treinta años hablaremos de Grau, como hoy hablamos de Taboada o de López-Moctezuma.”[1]
    Es cierto. La película de Grau tiene el terror atmosférico de Taboada, aunque sin llegar a la genialidad de éste que bien podría denominarse un “gótico mexicano”, y lo kitsch de López-Moctezuma. Pero, por alguna razón, la cosa no termina de cuajar.
    Quizá sea el querer meter todos esos elementos en la ya mencionada fórmula del melodrama costumbrista; en el cual, debo admitirlo, la película tiene su mayor fuerza. Es muy interesante cómo se va contando la historia de esta familia durante la primera mitad de la cinta. El terror es muy sutil gracias al tono meticulosamente cuidado con el que se va examinando la psicología de los personajes y su cotidianeidad que, para cualquier otro, resulta extraordinaria y horrorosa.


     Por desgracia, todo lo que se construyó durante la primera mitad se desmorona rápidamente en la segunda. ¿Análisis de personajes? ¡Al demonio! Mejor que los tres hermanos se la pasen peleando todo el tiempo y que haya un personaje que sea homosexual no asumido... aunque no aporte realmente nada a la historia. ¿Tono parco y sobrio? ¡Nah! Mejor que haya una escena de balazos que, además, se ve medio piñata. Y al final ¿qué tal si metemos un epílogo completamente innecesario que, además, le da en la torre a toda la película?
    Según parece, éstas fueron las temerarias decisiones que tomaron los realizadores de la película… y con las que fracasaron miserablemente.
    La primera parte no es mala y, lo que es más, es intrigante y cautivadora, y sí le provoca a uno el suficiente suspenso como para querer saber qué va a pasar a continuación y seguir viendo la película. Por desgracia, desde la escena en el Metro Insurgentes (y he de admitir que siento debilidad por las películas cuyas locaciones reconozco a golpe de vista) hasta el final toda la cinta va cuesta abajo.


    En lo que sí se luce esta peli es en el fan service. Hay montones de referencias a películas de horror, siendo particularmente interesantes las que se hacen a La noche de los muertos vivientes (Romero, 1968), La masacre de Texas (Hooper, 1974) y Pesadilla en la calledel Infierno (Craven, 1984).
    Sin embargo, la que se lleva las palmas es la escena de la funeraria que es una calca de la escena de la funeraria en la seminal Cronos (Del Toro, 1992). Incluso Juan Carlos Colombo y Daniel Jiménez Cacho repitieron los papeles que hicieran hace ya más de veinte años en la ópera prima del director de Titanes del Pacífico (2013).
    Otros apartados en los que la película sale muy bien librada son los técnicos. La fotografía es excelente, usando claroscuros y tonos deslavados que realmente logran crear una atmósfera de escasez y pobreza.
    Asimismo, la música, que hace muchos guiños a la compuesta por Bernard Hermann para Psicosis (Hitchcock, 1960), es altamente efectiva y apoya a la narrativa de la película produciendo un efecto bastante perturbador en el espectador.


    El guión resulta accidentado… Como una autopista de lujo con baches. Me refiero a que las escenas en general están bien escritas y los diálogos, si bien se sienten un poco anquilosados por momentos, son eficientes y llegan en algunos puntos a la genialidad. Pero la argamasa que debe mantener unido todo el texto es aguada y tiene sendos huecos que hacen parecer que los elementos presentados hacia el final de la cinta son gratuitos.
    Y habrá quien no lo necesite, pero yo sí me quedé con ganas de que me explicaran por qué esta familia practicaba el canibalismo. Digo, si sólo lo hacían por comer carne en medio de la miseria en que vivían ¿Por qué lo convirtieron en un rito tan trascendente que regía sus vidas? O, si por el contrario, lo hacían por motivos religiosos ¿Por qué no se muestran otros elementos del rito? No es como en La masacre de Texas u Holocausto caníbal (Deodato, 1980) donde, a pesar de que no hay una explicación formal de las causas que llevaron a las comunidades mostradas en pantalla a cometer la antropofagia, ésta más o menos se explica a sí misma. 
    Será cuestión de gustos o mi esnobismo, pero odio la que, según parece, es el mayor descubrimiento del cine nacional después del desnudo: La escena de los tacos. De unas décadas para acá, parece que para que una película mexicana pueda certificarse necesariamente debe haber una escena en un puesto de tacos o taquería. Digo, ya sé que la película la hicieron en México, no hace falta que la autentifiquen; parece como si quien filma la película sintiera que no tendrá la aceptación del público nacional si no presenta dicha escena que “retrate la idiosincrasia nacional”.


    A final de cuentas, se trata de una película de terror diferente que sí logra ser perturbadora e inquietante. No sólo por el tema y la anécdota que narra, sino por el retrato que logra hacer de las instituciones mexicanas, llámense Familia o Policía. Sin embargo, produce un resultado bastante disparejo. La atmósfera y el tono magistralmente alcanzados al principio se vienen para abajo con una resolución inverosímil y un montón de elementos que, entre que parecen sacados de la manga y entre que no van con el tono de la cinta, le dan al traste a todo el numerito que pretendía ser una tragedia clásica.



[1] Lo tomé de la contraportada del DVD en región 4, ellos no especifican su fuente.


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