He aquí la conclusión de este artículo especial dedicado al centésimo
aniversario de la publicación de mi novela favorita de H. G. Wells.
3.- LA ISLA DEL Dr. MOREAU (The Island of
Dr. Moreau)
John Frankenheimer, 1996.
Existen
dos versiones de esta película. El corte normal (que fuera de EE.UU. sólo se
transmitió por televisión) y la Edición del Director. La diferencia es que el
corte normal fue seriamente censurado y se le retiraron prácticamente todas las
escenas sangrientas, reduciendo su duración en tres minutos. Además, si mal no
recuerdo, en esta versión editada se agregó un subtítulo que indicaba que la
balsa de Douglas flotaba en el Mar de Java ‒lo que es improbable, porque
después uno infiere que la isla está más hacia el este en el Pacífico‒.
Recuerdo que esta película se
estrenó en medio de escepticismo y habladurías. El cambio de director y de
elenco le auguraba un mal sino, y tal cual recuerdo que fue vapuleada por la
crítica. Aunque tuvo un recibimiento mediano en la taquilla, tampoco fue muy
popular con el público y la he visto varias veces en listas de “Las peores
películas de la historia”. Y aunque entiendo perfectamente por qué, debo
confesar que a mí me encanta.
Es curioso que los afamados críticos de
cine Gene Siskel y Roger Ebert no pudieron ponerse de acuerdo sobre esta
película en su programa de televisión, lo que no era raro; pero llama mucho la
atención cómo dan opiniones diametralmente opuestas sobre la película.
La trama es ya de todos conocida. El avión
en el que viaja el diplomático Edward Douglas (el siempre genial David Thewlis,
que seguro recuerdan de Juego de Tronos
por… ¡ay, no sé, no veo Juego de Tronos!
Pero todos los actores británicos o salen en Harry Potter o en Juego de
Tronos) se estrella en el mar, dejándolo a la deriva. Douglas es rescatado
por Montgomery (Val Kilmer quien actuaba bien cuando le echaba ganas... que era
casi nunca), quien lo lleva a una isla habitada por grotescas criaturas mitad
bestia, mitad humanos. Douglas descubre, contra todas las advertencias, que los
mutantes son experimentos del extravagante Dr. Moreau (Marlon Brando en un
papel tan polémico como memorable), un científico ganador del Premio Nobel que
se ha recluido en la isla en su búsqueda de una raza humana superior.
Como puede advertirse, la premisa
prácticamente no cambia. Lo que cambia enormemente es el tratamiento. De todas
las películas, creo que ésta es la que más le llega al tono planteado por Wells
en su libro. Aunque no estoy seguro de que haya sido algo voluntario. Quizá no
está tan en el afán de la sátira, pero sí llega a ser cómica de repente y sí habla
sobre la descomposición social, las luchas de poder y diserta sobre la
naturaleza humana.
La primera mitad de la cinta es un thriller
de Ciencia Ficción muy a la Crichton, mientras que la segunda se va más por la
línea del melodrama de acción; pero en ningún momento aburre. Es emocionante y
uno logra interesarse por los personajes que sí, podrían haber sido explorados
con mayor profundidad o mejor interpretados; pero tampoco se siente que les
falte demasiada profundidad y las caracterizaciones son interesantes.
Creo que uno de los pocos aciertos de la
cinta es precisamente, y qizá me gane la enemistad de algunos con esto, el
rubro de la actuación. Marlon Brando hace un buen trabajo con el personaje de
Moreau, haciendo funcionar lo que Gene Siskel nombró un “Truman Capote entrado
en carnes” y que en manos de cualquier otro actor habría resultado una
caricatura ‒quizá en algo haya ayudado que, de hecho, Marlon Brando sí poseía
una isla privada en Tahití‒. Por cierto, fue idea de Brando que el Dr. Moreau
físicamente pareciera un Papa.
Thewlis logra conectar con el público y su particular
físico logra de algún modo transmitir la extrañeza y la repulsión que el
personaje siente ante la isla y sus habitantes. Quizá lo más curioso del asunto
es que Thewlis no fue la primera opción para interpretar al personaje; sino que
acabó con el rol cuando el actor que lo haría originalmente salió huyendo del
proyecto tras haber iniciado la filmación y, sin embargo, sí fue una de las
primeras opciones del director original Richard Stanley.
Val Kilmer está bastante disparejo, pues en
algunas escenas es más o menos convincente como el veterinario nihilista y
junkie Montgomery; pero en otras simplemente es Val Kilmer haciéndola de Val
Kilmer... con flojera. De hecho, Stanley se quejaba de que Kilmer sólo se
paraba frente a la cámara a escupir sus textos y que estaba mucho más
preocupado por añadir detalles frívolos a su vestuario, como esa banda elástica
azul en el brazo... aunque quizá no se equivocaba, la banda sí que llama la
atención.
Del lado de los humanimales tenemos al buen
Temuera Morrison (a quien quizá recuerden como Jango Fett en Star Wars Episodio II: El ataque de los clones [Lucas,
2002] o, Dios no lo quiera, como Abin Sur en la inmunda Linterna verde [Campbell, 2011]) en el papel de Azazello, uno de
los mutantes sirvientes de Moreau que encabeza la rebelión contra él. Está
también la exótica belleza de Fairuza Balk en el papel de la mujer felino,
Aissa. Otros humanimales son interpretados por actores como Mark Dacascos,
Nelson de la Rosa (quien ostentó el título del hombre más pequeño del mundo
hasta su muerte en 2006) y nuestro querido Ron Perlman... porque si hay un
actor que ha sabido explotar su fealdad física, ése es Perlman.
Sobre todo, siempre me ha impresionado la
actuación del joven actor australiano Daniel Rigney como el Cerdo-Hiena. El
actor realmente logra utilizar el pesado maquillaje prostético como una
herramienta para darle vida a su personaje ‒está bien, sí, hay una toma en la
que los labios animatrónicos de la criatura no están sincronizados con la voz
del actor; pero no se fijen, el resto es bueno‒ que, más que la antítesis del
protagonista, termina siendo por derecho propio un héroe trágico en la línea de
Macbeth o Ricardo III.
Hablando de los humanimales y sus
actuaciones, hay una cosa que nunca me ha gustado: los sonidos de los mutantes.
En algunas escenas se usaron efectos de sonido de animales reales añadidos en
post-producción; pero en otras de plano pusieron a los actores a gruñir,
chillar y rugir... y no lo hacen mal, pero por comparación suenan ridículos.
Algo que siempre me ha gustado de esta
cinta y en eso específicamente me parece superior a las versiones anteriores,
es la propuesta que hace de los humanimales. Por primera vez, éstos son
ascendidos del papel de simples monstruos al de verdaderos personajes e incluso
uno llega a distinguir a algunos de los hombres-bestia del libro, como el mismo
Cerdo-Hiena (Rigney), el Hombre-Mono (Peter Elliot), el Hombre-Leopardo
(Dacascos), la creatura-perezoso (de la Rosa) o la Mujer-Cerdo (Kitty Silver).
Esta película es la versión en la que
aparecen más humanimales; bueno, compite con la de 1932, pero en ésta todos los
personajes están maquillados. Originalmente, cuarenta y dos humanimales serían diseñados
y creados por el Stan Winston Studio para aparecer en pantalla, de los cuales sólo
catorce serían maquillajes prostéticos con piezas animatrónicas. Sin embargo,
cuando los catorce artistas del SWS dirigidos por Shane Mahan llegaron a la
locación en Australia, la producción se encontraba en una pausa debido a un
imprevisto cambio de director. El nuevo director pidió a los artistas del Stan
Winston Studio ciento cincuenta hombres-bestia para salir a cuadro.
La titánica labor de Mahan y su equipo
rinde frutos. Me gusta sobre todo que ésta es la única versión en la que los
humanimales aparecen como los describe Wells en su texto: tullidos y llenos de
deformidades físicas y cicatrices. Algunos maquillajes son muy hermosos,
particularmente me gusta el del predicador de la Ley (Perlman) y el último
estadio del Cerdo-Hiena… es una lástima que la fotografía no les haga justicia.
Y es que, con la enorme cantidad de cambios
de última hora en el guión, muchos planos y encuadres debieron cambiarse y gran
cantidad de escenas que se habían planeado para ser filmadas en la noche,
terminaron rodándose durante el día. Por eso algunos personajes ‒como Lo Mai,
el hombre leopardo‒ no funcionan en absoluto en pantalla a pesar de estar bien
logrados en cuanto a su caracterización.
Pocas películas pasaron por una producción
tan infernal como ésta[1]. El proyecto y toda la
preproducción corrieron a cargo del director y escritor Richard Stanley, quien
había ganado notoriedad en el cine independiente con su slasher de Ciencia Ficción Hardware:
programado para matar (1990), y quien hizo de La isla… un ambicioso proyecto personal que tardó cuatro años en
levantar y que, finalmente, terminaron arrebatándole.
Por principio de cuentas, Stanley apalabró
a Marlon Brando desde que estaba escribiendo el guión. El actor se mostró muy
accesible con el director; pero esta actitud sólo duró hasta que comenzó la
filmación en Australia. Inmediatamente se notó que Brando estaba empeñado en
que la película se viniera abajo y constantemente saboteaba la filmación en
confabulación con Kilmer. Esto derivó en que Stanley fuera despedido a los
cuatro días de comenzar la producción. De hecho, cuando Shane Mahan y su equipo
llegaron a la locación, el set los recibió con la noticia del despido de
Stanley.
Originalmente, el protagónico sería
interpretado por Kilmer y Montgomery por el actor Rob Morrow. Pero la esposa de
Kilmer le pidió el divorcio justo en las fechas en las que inició la
producción, por lo que el actor decidió intercambiar roles con Morrow para
tener más tiempo de resolver sus problemas personales. Ya después, Kilmer le
metió mano al guión para quitarle parlamentos al personaje de M’Ling (Marco
Hofschneider).
Así pues, Morrow quedó atravesado en las
disputas entre el equipo Brando-Kilmer y Richard Stanley, y odiaba cada segundo
de estar en el set. En cuanto Stanley fue despedido, Morrow renunció ‒Fairuza
Balk también intentó dejar la producción, pero fue convencida de regresar por
su agente‒ y Thewlis fue casteado... lo que es curioso, porque Thewlis fue una
de las primeras opciones de Stanley para el papel de Douglas durante la
preproducción.
De hecho, la razón original por la que Val
Kilmer aceptó el papel fue porque quería la oportunidad de trabajar al lado de
Brando; pero semanas antes de la filmación cambió de parecer debido a
“diferencias creativas con el guión” ‒el guión original de Stanley era mucho
más oscuro, contenía más escenas de sexo y, a final de cuentas, terminaba
siendo una especie de apología de la anarquía... mucho más cercano al discurso
de Wells‒ y contactó a New Line Cinema para avisarles que no quería aparecer en
la película. La compañía no podía dejar ir a Kilmer después del éxito de Batman eternamente (Schumacher, 1995),
por lo que lo obligó a participar en el film. Kilmer llegó a la locación dos
días tarde sin haber leído una página del último guión, sin saber nada sobre su
personaje ni haberse aprendido una sola de sus líneas.
Para volver a encarrilar el proyecto, la
producción contrató al director John Frankenheimer, quien vio sus días de
gloria principalmente en los 70 (dirigió Contacto
en Francia II [1975], por ejemplo). Frankenheimer, siendo un producto de la
vieja escuela, creía firmemente en la teoría del Director-Dictador y ejerció un
férreo control sobre la producción... aunque cedió a muchos de los caprichos de
Brando y Kilmer, quienes intervinieron enormemente en el texto.
Esto
resultó en innumerables cambios de última hora al guión que forzaron al crew y
el equipo de Mahan a improvisar escenas para las que no estaban preparados, e
incluso Thewlis menciona que tuvo que reescribir sus parlamentos en más
ocasiones de las que puede recordar. Los actores recibían páginas con los
cambios al guión prácticamente cada noche.
En la floresta cercana a donde se filmaba
la película vivía una comuna de hippies autodenominados los Ferales y muchos de
ellos trabajaban como extras en la producción. Cuando Stanley fue despedido,
después de dos días enteros que dedicó a destruir todos los documentos del
proyecto, todo mundo hubiera esperado que regresara a casa; pero no, en vez de
ellos se fue a vivir con los Ferales y terminó convirtiéndose en una especie de
gurú para ellos. Cierto día, los organizó para que robaran un vestuario y una
máscara del set y se la llevaran. Stanley entonces estuvo varias veces en la
filmación de la película, de incógnito, disfrazado como uno de los humanimales.
La filmación que se había programado para
seis semanas se extendió por seis meses. Durante ese tiempo, los extras y
miembros del crew iban y venían del set a su antojo; un huracán azotó la
locación y algunos sets tuvieron que ser reconstruidos; Thewlis cayó de un
caballo y se rompió la pierna, Kilmer quemó intencionalmente a uno de los
miembros del crew en la cara con un habano, los actores que interpretaban a los
hijos de Moreau pasaban gran parte de su tiempo libre en orgías de alcohol,
sexo y drogas; muchas mujeres de la producción se quejaban de los
comportamientos impropios de Nelson de la Rosa y Fairuza Balk se encontraba al
borde de un colapso nervioso.
La situación de la producción se volvió tan
caótica que cuando Thewlis llegó al set, Brando lo recibió diciéndole que se
fuera a su casa porque esa producción estaba maldita. Brando decía que hacer la
película era como intentar resolver un crucigrama mientras caías por el cubo de
un ascensor. Thewlis hizo el juramento de nunca ver la película y se negó a
asistir a la premiere; también ha dicho en varias ocasiones que le gustaría
contar todo lo que vivió durante la producción, pero que teme que si lo hace no
volverá a trabajar en una película. De hecho, ésta es prácticamente la única cinta
sobre la cual a Stan Winston no le gusta hablar e incluso se esforzaba porque
su nombre no fuera asociado con ella. Y, finalmente, se sabe que cuando
Frankenheimer terminó de filmar la última escena de Val Kilmer gritó: “¡Corten!
¡Ahora saquen a este bastardo de mi set!”
Es curioso, porque al final la historia de
cómo la película se hizo resulta más interesante y dramática que la película
misma... y creo que el set de filmación se convirtió en sí mismo en una especie
de Isla del Dr. Moreau.
Todo este tortuoso proceso resultó en un
montón de publicidad negativa para la película desde mucho tiempo antes de que
se estrenara, lo que le aseguró su fracaso en taquilla... bueno, eso y que sí
es malita, tengo que admitirlo.
Si las criaturas creadas por el Stan
Winston Studio no fueron muy afortunadas por la manera en que se fotografiaron,
ni qué decir de aquéllas creadas por medio del CGI. Los efectos digitales en la
cinta son pocos; pero son demasiado evidentes. Las escenas de las ratas
mutantes en el bote se ven de lo más cutre... y las secuencias en las que Lo
Mai corre en cuatro patas se ven un tanto peor.
Un gran acierto de la película, de los
pocos que tiene, es la música compuesta por Doug Chang. Las partituras
originales mezclan metales estridentes con percusiones tribales y un constante
sonido de deijaridu que ambientan muy bien la cinta. También se incluyen piezas
de Bach y por esta película conocí a Deep Forest y la banda alemana Einztende
Neubauten, pues también un par de rolas suyas fueron incluidas en el soundtrack.
Así, he de concluir que, aunque siento una
particular inclinación por esta versión, la verdad es que dista mucho de ser
una buena película. Es entretenida, tiene algunas escenas memorables ‒de otro
modo no la hubieran parodiado en Austin
Powers: el espía seductor (Roach, 1999), en Celebrity Deathmatch (1998-) o incluso en Johnny Bravo (1997-2004)‒ y, con todas sus fallas ‒como la toma en
la que se ve el apuntador de Marlon Brando, jaja‒, se deja ver. Además, insisto
en que es la versión que más cerca está al discurso de Wells... y aún está muy
lejos de él.
Y después de todo este ejercicio me
entristece un poco pensar que, a la fecha, a cien años de la publicación de la
novela de Wells, no hay una adaptación cinematográfica decente... ahora que lo
pienso, creo que no hay ninguna adaptación cinematográfica decente de un texto
de H.G. Wells, la mayoría se dejan deslumbrar por la forma y mandan a la goma
el fondo. El hombre invisible (Whale,
1933) es genial, pero en realidad se basa más en un texto que no es de Wells.
Guión
|
1
|
Dirección
|
1
|
Actuación
|
1
|
Fotografía
|
1
|
Música
|
2
|
TOTAL
|
6
|
NOTA
PRECAUTORIA:
La
casa diabólica del Dr. Moreau (Dr. Moreau’s House of Pain)
Richard Band, 2004
Para este artículo
especial también vi una película llamada La
casa diabólica del Dr. Moreau. Recuerdo que la vi hace como diez años y me
pareció completamente anodina. Ahora que volví a verla la odié. Digo, me fijé
por primera vez en que era de Charles Band, el productor y director de las
legendarias compañías Empire Entertainment y Full Moon Entertainment, así que
pensé “No puede ser tan mala, el tipo dirigió Prehisteria (1993) y a la fecha me sigue gustando”. ¡Oh, por
Cthulhu! Sí que me equivoqué esta vez.
El guión es malo, la fotografía chafa, las actuaciones son inmundas, el
maquillaje da pena ajena, no sólo el
de los humanimales, a Ling Aum se nota a leguas que le pintaron las arrugas con
delineador para que se viera viejo, ¡y hasta la actriz que sale desnuda durante
la mitad de la película está horrible! Así que, si pueden, eviten esta película
como a la peste. De verdad, es de esas pocas cintas que hasta me ha costado
trabajo terminarlas. ¡Esta mierda hace que la versión de 1996 parezca una obra
maestra! La experiencia fue tan traumática que tuve que ver la parodia de Los Simpson, La isla del Dr. Hibbert para reponerme.
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[1]
Las anécdotas que narraré a continuación han sido en su mayoría tomadas del
testimonio de Shane Mahan recogido en mi libro de cabecera, The Winston Efect: The Art and History of
Stan Winston Studio (Titan, 2006). La historia del periplo de Stanley se
narra con lujo de detalle en el excelente documental Lost Soul: The Doomed Journey of Richard Stanley’s Island of Dr. Moreau
(Gregory, 2014).