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domingo, 22 de marzo de 2015

POR FAVOR, QUITEN ESO ¡QUITEN ESO! Las 10 peores películas que he visto. Primera parte.


LAS 10 PEORES PELÍCULAS QUE HE VISTO

Hace algunas semanas, comentaba con un amigo sobre una película que yo no terminé de ver porque me pareció increíblemente aburrida y que a él sólo le pareció mala (El exorcista II: El hereje [Boorman, 1977], si mal no recuerdo). Él, sorprendido, me dijo: “¿Pero cómo? Si tú aguantas ver unas películas tan malas que yo no soporto”, lo que me hizo cuestionarme sobre mi resistencia.
    Será para el conocimiento de quienes me siguen desde hace tiempo que siento cierta afición por las películas malas, por lo que me di a la tarea de rememorar aquellas películas tan, pero tan malas que ni siquiera yo, el Cinéfilo Incurable, he soportado.
    De tal suerte, presento aquí la lista de las diez peores películas que he visto (y me atrevo a recordar), algunas de ellas ni siquiera las terminé.
     Así que la próxima vez que suba algo al blog y ustedes piensen “Ah, no se ve interesante, no lo leeré” recuerden, queridos lectores, que recibí esta bala por ustedes.


1.- Troll 2
Fragasso, bajo el seudónimo Drake Floyd, 1990

Ésta, junto con algunas otras películas de la lista, se disputa entre los críticos el título de “La peor película de la historia”. La primera película de Troll (Buechler, 1986) era absurda, tenía malos efectos especiales y carecía completamente de lógica; pero por lo menos era entretenida. Esta secuela carece de calidad en todos los sentidos… Es más: ¡Ésta ni siquiera es la secuela de la Troll original! Los productores filmaron una película completamente ajena a la obra de Buechler, pero decidieron titularla Troll 2 para que vendiera más.
    ¡Y vaya si lo lograron! En nuestros días esta película es conocida principalmente porque venía como Bonus en la edición en DVD de Troll.


    La película narra la historia del pequeño Joshua Waits (Michael Stephenson) ¿Ustedes creían que los niños de Parque Jurásico (Spielberg, 1993) eran odiosos? Los querrán como a sus hijos después de conocer a este mocoso y su familia, quienes intercambian casas con otra familia del alejado pueblo de Nilbog —O sea “Goblin” deletreado al revés ¡Órale, qué ingenio!— por unas vacaciones. Poco saben ellos que el pueblo es habitado por goblins (así es, en Troll 2 no aparece ni un solo troll) sedientos de… ¿Verduras? ¡Sí! Estos pequeños seres con cuerpo de costal de papas y cara de máscara de jalogüín de Wal-Mart son vegetarianos... Por eso son ayudados por una bruja con arrugas pintadas con delineador  para convertir a los humanos en una masa verde y vegetal que puedan comer y… ¿Qué carajos es esto?


    ¡Oh, claro! Olvidaba mencionar que la familia Waits contará con la ayuda del fantasma del abuelo de Joshua, Seth (Robert Ormsby). El final de la película es  —además de predecible — un verdadero duelo de actuación entre el niño y su abuelo ¡A ver cuál es peor! Las interpretaciones de ambos son insoportables y de verdad ponen la voluntad de uno a prueba.


    Esta “película” además se lleva el premio a la escena erótica más extraña de la historia, en la que la bruja seduce a un joven incauto y, a través de su cachondez, lo asfixia en una montaña de palomitas de maíz. Lo juro. Es algo que hay que ver… o no.



2.- El increíble transplante de dos cabezas. (No pude terminar de verla… de verdad, no pude)
The Incredible 2-Headed Transplant (Lanza, 1971)

En plena época del cine Blacksploitation (aquél cine de explotación que tenía como objetivo sacarle su dinerito al público afroamericano) esta película llegó a la pantalla de cines y autocinemas de Estados Unidos... y desde entonces, nada sería igual para el cine chafón.


    La película narra la historia de un científico, el Dr. Girard (Bruce Dern) quien vive en una casa en el campo apartado de la civilización junto con Danny (John Bloom), su hijo retrasado. Girard realiza experimentos de transplantes humanos y se encuentra muy cerca de poder realizar un transplante de cabeza completo. Cierto día, Ken (Casey Kasem), un asesino psicópata recién fugado de una institución mental, asalta la casa del Dr. Girard y lo hiere de muerte antes de ser abatido a tiros. Girard, con sus últimas fuerzas —y de manera inexplicable, debo añadir— decide transplantar la cabeza del asesino al cuerpo de Danny, creando un monstruo bicéfalo de fuerza descomunal, inteligencia reducida —según parece, en esta película absolutamente todo la tiene— que asesina gente de manera brutal en la campiña.
    Debo decir que junto con la anteriormente mencionada Troll 2 y la legendaria Plan 9 del espacio exterior (Wood, 1959), esta película se disputa el reconocimiento a la peor película jamás filmada según la opinión de un considerable número de críticos.


    Un guión que raya en la oligofrenia, efectos especiales que ni siquiera creo que deban ser llamados tales y actuaciones tan malas que… ¡Oh, por Cthulhu! ¡Esas actuaciones! ¿Alguna vez les ha pasado que están viendo una película tan pero tan mala que, aunque no sea de terror, les da miedo? Bueno, pues eso me pasó con esta cinta. Algo en ella, en su ínfima calidad, me atacó en los más profundo de mi ser. No sé qué haya sido, pero no puedo volver a verla sin sentir cierta repulsión.



3.- Snuff (No terminé de verla y eso que la compré)

Originalmente titulada Slaughter en 1971, Finlay, Fredriksson y Nuchtern, 1976. Ninguno de los nombres de los directores aparece en los créditos de la película, pero yo los pongo aquí para efectos de ignominia.
Por lo general, las películas destinadas a ser proyectadas en los autocinemas no eran buenas… o siquiera interesantes. Quiero decir ¿a quién le importaba? ¿Qué clase de pervertido iba a un autocinema a ver la película? Estas condiciones propiciaron la aparición de toda una pléyade de películas de calidad miserable durante las décadas de los sesenta y setenta que, afortunadamente, cayeron en el olvido rápidamente.
    Pero algunas, por diversos motivos, se convirtieron en “clásicos”. Uno de estos clásicos es Snuff.


    La película cuenta la historia —o eso creo, no queda muy claro— de Ana (Ana Carro), cuyo hermano fue secuestrado por un culto de bikers en Brasil que asesinan gente para filmar sus muertes y vender las películas. Disculpen cualquier omisión o equívoco, la verdad no recuerdo bien esta película… ¡Y no la voy a ver de nuevo!
    Las películas italianas de caníbales me tienen mal acostumbrado, pues cuando una cinta de este estilo se ambientaba en el Amazonas uno podía esperar escenas de lo más gore, desnudos injustificados y música eurodisco. Digo, Snuff es americana, pero yo tenía esperanzas.


    Mhhh… y sí hay más o menos todo eso en la película; pero la verdad es que la muy burda edición —¿Con qué cortaron la película? ¿Con tijeras de jardinero?—, las pésimas actuaciones y los bajos valores de producción llevan a esta cinta al terreno de lo insoportable.
    Recuerdo mucho las escenas donde se supone que los personajes están en el Carnaval de Rio de Janeiro, pero es más que evidente que no lo están. Las tomas del desfile de samba son tomas de archivo, mientras que los actores fueron filmados en un estudio con extras disfrazados pasando por ahí.
    ¡Ah, y sí hay desnudos! Pero las actrices son muy feas.


    Según investigué después, esta película fue filmada en 1971 y enlatada por los productores quienes no la vieron como negocio. Así pues, un productor independiente “rescató” la cinta tras leer un artículo en el New York Times sobre la leyenda urbana de las películas snuff. Este productor filmó un nuevo final, sin avisar al director original, y rebautizó la película como Snuff, haciendo publicidad barata al correr el rumor de que una de las escenas de asesinato de la cinta era real.



4.- La casa de los muertos (La terminé de ver pero adelantando escenas).
House of the Dead. Uwe Boll, 2003.

No es un secreto para nadie que las películas basadas en videojuegos suelen decepcionar a cinéfilos y a  videojugadores por igual. Pero si esas películas además van firmadas por el director alemán Uwe Boll entonces “Abandonad toda esperanza los que aquí entráis”.
    Los videojuegos de House of the Dead de Sega, fueron un hitazo en las arcadias a finales de la década de los noventa y no era para menos. Se trataba de juegos de disparos llenos de acción y de monstruos bizarros con una historia que, si bien no iba a ganar ningún premio, sí lo atrapaba a uno y obligaba a quien estuviera jugando a afinar su puntería, y hacer su máximo esfuerzo para vencer a los zombies y mutantes que se lanzaban contra nosotros en la pantalla.


    Incluso los videojuegos fueron relanzados en un compendio para la Nintendo Wii y su éxito fue tal que Sega lanzó a la venta una tercera parte en exclusiva para esta consola y fue genial.
    Lo que no fue para nada genial fue la película basada en el videojuego y cuya historia pretende ser una precuela de la vista en las maquinitas.


    En ella, un rave de universitarios que se lleva a cabo en una supuestamente paradisiaca isla tropical se ve interrumpido por una horda de zombies y monstruos  hambrientos de carne humana., pues la isla era el laboratorio de un científico loco, muerto décadas atrás, que realizaba retorcidos experimentos para invocar a las fuerzas del mal… o algo así.
    Todo parece estar mal con esta cinta: Tiene poca relación con el videojuego, las actuaciones son insufribles, la música es monótona, los efectos especiales y la producción en general son como de tres pesos, el guión es idiota y predecible y, por si todo esto fuera poco, la única escena topless en toda la cinta (que prometía varias) está en los primeros veinte minutos de película, por lo que no evita que uno se duerma durante el resto.


    ¿Pero qué podíamos esperar del director de “exitosas” películas de videojuegos como Solo en la oscuridad (2005) y Bloodrayne (2005)?



5.- Sangre del castillo de Drácula
Blood of Dracula’s Castle. Al adamason, 1969.

Y volvemos con las películas de autocinema. Y ésta, de hecho, fue dirigida por el así llamado “Rey de los autocinemas”, Al Adamson. ¿Se acuerdan del Teatro Fantástico de Enrique Alonso “Cachirulo”? Bueno, pues más o menos ésos son los valores de producción de esta película. De verdad, la sangre parece pintura Vinci, los decorados SE VE que son de cartón y el maquillaje lo hicieron como con papel de baño mojado.


    En la película, Drácula (Alexander D’Arcy) y su esposa (Paula Raymond), junto con su mayordomo (John Carradine), y su criado gigante y deforme (Ray Young), habitan un viejo castillo en el desierto, convenientemente cerca de un camino que tiene toda la facha de carretera gringa. Mango, el sirviente deforme del matrimonio Drácula sale a vagar por los caminos para secuestrar jóvenes muchachas que serán sacrificadas para prolongar la existencia del Rey de los Vampiros.


    La falta de presupuesto de la película se siente principalmente en la limitación de las locaciones —bueno, y en la pobreza de éstas—, que en manos de un director bueno habría sido aprovechada como un elemento más de la narrativa... Pero estamos hablando de Al Adamson. Así, el público que vea esta película sentirá que los personajes no se desplazan más de tres pasos en toda la cinta.


    Al igual que con El increíble transplante… esta película llega a dar miedo en algunas partes, pero no porque de verdad los realizadores logren provocar terror en el espectador a través de una obra virtuosa, sino todo lo contrario. Llega un momento en el que de verdad uno dice: ¿Es en serio? ¿Por qué estoy viendo esto?


martes, 10 de marzo de 2015

EL QUINTO INFIERNO. La película de acción que sería un sueño para cualquiera... excepto para su creador.


EL QUINTO INFIERNO
AKA Los santos del Infierno
pero originalmente titulada The Boondock Saints


Troy Duffy, 1999

Hubo una época en la que el cine independiente fue realmente independiente. Y no, no me refiero a la década de los ochenta, en la que compañías productoras familiares, cuyas oficinas eran garajes, que se dedicaban a hacer películas de horror se multiplicaron como Starbucks. Me refiero a los noventa, cuando figuras como Ben Stiller —quien antes de ser comediante fue director, y bueno, además— Spike Lee y Quentin Tarantino demostraron que el cine independiente era también una forma válida de entretenimiento.
    La película narra la historia de los hermanos Connor (Sean Patrick Flanery) y Murphy (un joven Norman Reedus antes de que The Walking Dead lo pusiera en los cuernos de la luna) MacManus, quienes son unos pobres diablos sin futuro que trabajan en una empacadora de carne y viven en un barrio irlandés marginado en Boston. Cierta noche, por un accidente en una riña en el pub local, los hermanos MacManus asesinan a un sicario de la mafia rusa. El FBI, con un equipo liderado por el pomposo detective Smecker (Willem Dafoe) —quien además tiene tendencias travestistas muy raras—, comienza a investigar el caso, creyendo que el asesinato del matón fue obra de profesionales. Sin embargo, la verdad pronto sale a la luz: se trató sólo un golpe de suerte de los MacManus... ¿O no? Los hermanos, criados en el más fanático de los catolicismos, comienzan a creer que son los elegidos de Dios para rescatar el barrio de las garras del crimen. Así, forman un grupo de vigilantes que se encarga de asesinar a los capos de la mafia local y que desconcierta a los investigadores liderados por Smecker quien, en última instancia, deberá tomar una decisión vital: Arrestar a los asesinos que han tomado la justicia en sus manos o unirse a ellos
    Esta película tiene todo ese feeling de película independiente de los 90. Un humor referencial que no recae en citas textuales de otras películas, sino en la manufactura misma de la cinta. En general, toda la película tiene un tono socarrón y desenfadado y crea un universo propio lleno de chistes locales y de guiños al espectador que convierten la experiencia de ver esta cinta como en una amena charla con un viejo amigo.


    A final de cuentas, todo el numerito termina siendo una especie de mezcla entre El gran Lebowski (Hnos. Coen, 1998) con un poquito de Tiempos violentos (Tarantino, 1994) y un saborcito a Buenos muchachos (Scorsese, 1990); todo dentro de un envoltorio desenfadado e irreverente en una obra que, en su estilo, claramente anuncia los últimos estertores de la década.
    Las grandes actuaciones de todos los involucrados son uno de los pilares sobre los que se construye esta cinta. Si bien los hermanos MacManus son las estrellas de la peli, es Dafoe quien se roba la película con su interpretación de Smecker. Conforme la cinta va progresando y el detective del FBI se va dando cuenta de su vocación y de la función que los Santos —que es como la gente comienza a apodar a los MacManus— están desempeñando en su microcosmos, éste va llegando a una especie de epifanía de la que simplemente no se puede uno cansar. A pesar de ser un personaje secundario, siento que no puedo tener suficiente de esta cruza entre Sherlock Holmes y el Dr. Frankenfurther.
    ¿Se han fijado cómo en las películas de mafiosos siempre el líder de un cártel es un actor de renombre que particularmente se luce en ese papel —además de Robert DeNiro, claro—? Bien, pues aunque no se trata del líder en sí, el más sobresaliente de los villanos de esta cinta es Il Duce. Interpretado por Billy Connolly, Il Duce es una especie de bulldozer humano sin sentimientos, con pocas palabras y una eficacia imparable. Es, también, uno de los personajes más adorables de la película gracias a una interesante vuelta de tuerca hacia el clímax de la misma.


    Otro punto a favor de esta cinta es su guión, que es inteligente y propositivo, y posee una narrativa fragmentada que recuerda un poco el estilo inicial del hombre que convirtió el cine independiente en comercial: Quentin Tarantino. Son particularmente disfrutables las secuencias en las que se contrastan las hipótesis de Smecker en la escena del crimen, en las que conjetura que los homicidios son obra de asesinos profesionales que rayan en lo artístico, con los flashbacks de lo que realmente sucedió.
    Finalmente, no puedo dejar de hablar de la génesis de esta película ya que incluso llega a ser más interesante que la cinta misma.
    Había una vez (a principios de 1997) un músico semiprofesional llamado Troy Duffy, quien tenía su banda y trabajaba como barman y cadenero en un bar de Boston. La vida era buena y todos se divertían. En los contados tiempos libres que tenía, Troy se puso a escribir el guión para una película. En él trataba de construir una especie de homenaje a sus películas favoritas.


    Duffy llevó su guión a la agencia Williams Morris, quienes lo rolaron por las principales casas productoras de cine para ver quién se interesaba por él. Sucedió que, casualmente, Harvey Weinstein, vice-presidente de Miramax Films, la compañía de cine independiente más importante del momento que nos trajo películas como Tiempos violentos, Del crepúsculo al amanecer (Rodriguez, 1996) y Shakespeare enamorado (Madden, 1998), se sintió maravillado por el guión y lo compró, viajando personalmente a Boston para cerrar el trato en el bar donde trabajaba Duffy.
    El barman, en una jugada increíble, logró cerrar un trato con Weinstein no sólo para que le comprara el guión, sino para que Miramax lo contratara como director y para que su banda musicalizara la cinta. Por si esto fuera poco, Duffy también convenció al vice-presidente de Miramax para que se asociara con él e invirtieran su dinero en un bar en Los Ángeles.
    Duffy se volvió la sensación de la industria. El muchacho que había logrado el sueño de Hollywood. Pero poco después de que se mudara a Los Ángeles, Duffy comenzó a cometer errores que finalmente terminaron con su carrera antes de que iniciara. Se llevó a todos sus amigos de la adolescencia, con quienes había formado su banda, para que trabajaran con él… sin pagarles. Al poco tiempo, el director en ciernes parecía más interesado en beber y beber, y codearse con las celebridades del momento que en trabajar en su proyecto.
    Pero estoy siendo injusto con él. Duffy guardaba celosamente su proyecto y defendía su independencia creativa, tanto que de pronto ningún actor parecía suficientemente bueno para trabajar con él. Habló pestes de Keanu Reeves, Ethan Hawke y Ewan McGregor, y llamó “puto” por teléfono a Kenneth Branagh —de acuerdo, de acuerdo, Reeves y Hawke sí son malos, pero no vas y lo gritas en un bar frecuentado por medio Hollywood—. En poco tiempo, Duffy era un apestado en la industria del cine, lo que además arruinó la negociación que él y su banda tenían con una compañía disquera.


    Menos de seis meses después de que Miramax comprara el guión de El quinto infierno, Harvey Weinstein dejó de recibir las llamas de Duffy. Y, si estando en Hollywood, alguien de apellido judío se niega a atender tus llamadas, sabes que estás en problemas.
    Miramax “liberó” los derechos del guión de El quinto infierno en 1998 —esta es una jugada sucia clásica de Hollywood en la que la casa productora prácticamente obliga al autor a comprarles de regreso su propia obra— y Weinstein le compró a Duffy su parte del bar. El muchacho de Boston tuvo que volver a trabajar como barman y, si quería que su película se produjera, tendría que arreglárselas por su cuenta. Williams Morris trató de salvar el barco antes de que terminara de hundirse ofreciendo el guión a las compañías que habían mostrado interés por él un año antes. Nadie quiso comprarlo.
    Finalmente, un productor independiente se ofreció a financiar el proyecto por 8 millones de dólares (el presupuesto de Miramax era de 15 millones) y Duffy aceptó de mala gana, pero a la primera.
    Por desgracia, para el momento en el que por fin se estrenó la película, la Masacre de Columbine se había arraigado mucho en la cultura norteamericana, por lo que la violencia, como la que es ensalzada en El quinto infierno, se volvió un tema muy sensible. Poca gente lo nota, pero la verdad es que Hollywood cambió mucho después de dicha tragedia.
    Así pues, la fecha de estreno de la película se retrasó hasta enero de 2000 y su corrida en salas cinematográficas fue excesivamente limitada   (por no decir que fue una chingadera que sólo duró una semana exhibiéndose en cinco cines “de arte”). Sin embargo, los producotres lograron lanzarla en video como renta exclusiva de Blockbuster Video —¿Se acuerdan de Blockbuster?— donde la película fue un éxito.
    Precisamente gracias al mercado casero fue que esta película se convirtió en una obra de culto con millones de seguidores y que multiplicó su presupuesto en rentas… Lamentablemente, el productor de la cinta, por muy independiente que era, trabajó bajo los estándares de Hollywood: El autor del guión renuncia a su derecho a percibir regalías, por lo que Duffy no obtuvo un solo centavo por las rentas de la película.


    A la fecha, Duffy no cree que su pésima actitud haya sido la causa de la ruina del proyecto, y más bien lo atribuye todo a “cosas que pasan y lo corrompida que está la industria del cine” —a pesar de que el problema central sí fue su actitud, no puedo evitar pensar que el hombre tiene cierta razón—.
    La historia de su infausta película se cuenta en el documental Overnight (Montana y Smith, 2003), en el que puede verse muy bien la transformación de Duffy. No se trata de un artista defendiendo la individualidad de su obra, se trata de un niño caprichoso y egomaniaco que no pudo soportar la fama.
    Y así con todo, la película es increíblemente divertida e ingeniosa y no cuesta trabajo ver por qué se ha hecho con una muy nutrida legión de fanáticos alrededor del mundo. Sé que hay una moraleja en toda esta historia, pero cuando la reviso la verdad es que parece que entre sus personajes sólo hay villanos… y de los tontos, como ésos de Rocky y Bullwinkle.