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domingo, 30 de octubre de 2016

SCREAM: GRITA ANTES DE MORIR. Especial de Halloween 2016, primera parte.


SCREAM: GRITA ANTES DE MORIR
Scream

Wes Craven, 1996

La década de los 80, particularmente su primera mitad, estuvo tapizada de slasher flicks. Franquicias como Halloween; Viernes 13; Pesadilla en la calle del Infierno o Noche de paz, noche de horror marcaron los estándares para el cine de horror de la época. También llevaron a los organismos censores a elevar sus criterios y a toda una generación a poblar sus pesadillas. Pero para el final de la década, los slashers estaban pasados de moda y se encaminaban directamente hacia el olvido, desplazados por los thrillers psicológicos y las invasiones alienígenas.
    Y quizá el viaje hubiera llegado a término de no haber sido por uno de los directores pilar del subgénero, el psicólogo y posterior cineasta Wes Craven, quien decidió crear una película que al mismo tiempo fuera un tributo a los slasher ochenteros, una parodia de esas mismas cintas y un nuevo tipo de slasher, todo en uno. ¿Y qué creen? Lo logró de la mano del hábil guionista Kevin Williamson. Tanto así que ésta fue la película que revitalizó el género y volvió a ponerlo de moda a finales de los 90.


    La película cuenta la historia de Sidney Prescott (Neve Campbell en el papel que la inmortalizaría), una adolescente del pueblo de Woodsboro ‒así es, se trata de una película más en la que veinteañeros interpretan a adolescentes‒ cuya madre fue violentamente asesinada un año atrás. Sidney se encuentra en una fase delicada de su relación con su novio Billy (Skeet Ulrich, quien obtuvo el papel por su parecido físico con Johhny Depp, lo que sirvió como referencia a Pesadilla en la calle del Infierno [1984], filme seminal de Craven); pero cuenta con la ayuda de su mejor amiga Tatum (Rose McGowan), y sus amigos obsesionados con las películas de horror, Stuart (Matthew Lillard) y Randy (Jamie Kennedy). Conforme el aniversario luctuoso de la madre de Sidney se acerca, los chicos de la Preparatoria Woodsboro son asesinados uno a uno por un misterioso homicida que los llama por teléfono antes de atacarlos para hablar sobre cine de horror y que parece seguir las reglas de éste en sus crímenes. ¿Quién será el psicópata detrás de la máscara de Ghostface? Los chicos de la Preparatoria Woodsboro, con la ayuda del atolondrado asistente de alguacil Dewey Riley (David Arquette) y la inescrupulosa reportera Gale Weathers (Courteney Cox cuando aún tenía un poco de carne sobre los huesos) deberán descubrir quién es el asesino ‒vaya, ahora que lo redacto así suena a episodio de Scooby Doo… lo que no está muy alejado de la realidad‒ y detener la ola de asesinatos.


    La primera vez que vi esta película debe haber sido poco después de su estreno ‒seguro acababa de entrar a la secundaria‒ y recuerdo que no me gustó particularmente. Años después, cuando ya me había nutrido mucho más de películas slasher, volví a verla y entonces entendí todo. En ese momento me di cuenta de que ésta era una cinta hecha por cinéfilos para cinéfilos que sí, puede que funcione de mil maravillas con los adolescentes; pero que uno en verdad logra disfrutarla y sacarle todo el jugo si posee cierto bagaje fobocinéfilo.


    Ahora que la volví a ver, esta vez con ojos críticos, pude darme cuenta de que esta peli logra crear una conexión con su público que es difícil de describir. Es como si los personajes de la cinta fueran las víctimas de una broma pesada de la que uno se vuelve cómplice.
    Lo primero que se debe tener en cuenta al momento de hablar de las cintas de la saga Scream es que funcionan (principalmente) en dos niveles. Cada una de las películas está perfectamente consciente de sí misma y es, de hecho, una autoparodia. Así pues, esta primera cinta es una slasher flick que satiriza las slasher flicks.


   Así pues, el resultado final es una fuente de la que brotan tantas referencias cinematográficas que es difícil cacharlas todas. Por ejemplo, está el personaje de Billy Loomis, quien recibe este nombre por el Dr. Sam Loomis, archienemigo de Michael Myers en la saga de Halloween, y éste, a su vez, es una referencia al personaje de Sam Loomis que aparece tanto en la novela como en la película Psicosis (Hitchcock, 1960) ‒a esto me ha gustado llamarlo “metarreferencia”‒. También hay montón de menciones de películas del género como El aullido (Dante, 1981), Noche de graduación (Lynch, 1980), El despertar del Diablo (Raimi, 1981), Hellraiser: puerta al Infierno (Baker, 1987), El tren del terror (Spottiswoode, 1980), La niebla (Capenter, 1980), El día de la mujer (Zarchi, 1978), La masacre de Texas (Hooper, 1974), La mala semilla (LeRoy, 1956), Psicosis, Carrie: extraño presentimiento (DePalma, 1976), Viernes 13 (Cunningham, 1980) y Terror al anochecer (Pierce, 1976), por citar algunas.


    Asimismo, hay algunos cameos de personalidades del género que son graciosos, como Linda Blair y Bruce Davison, que aparecen como reporteros fastidiosos o, uno de los mejores cameos de un director, el de Wes Craven como el conserje Fred de la Preparatoria Woodsboro, quien usa un sweater rojo con rayas verdes y un sombrero viejo.
    Y finalmente, hay referencias tan arcanas y oscuras que es difícil seguirlas, como la de la primera llamada de Ghostface a Casey (Drew Barrymore en el papel que le devolvió su carrera) que es un claro guiño a Residencia macabra (Clark, 1974). O, la campeona de todas: la escena en la que se dice la línea: “Now I know what it feels to be a god!” de Frankenstein (Whale, 1931); pero la dice incompleta. Esto porque esa línea en específico fue censurada por muchas salas de cine y cadenas de TV, que la cortaban de la película por considerarla blasfema.


    Por supuesto, toda película slasher que se respete debe tener a un asesino icónico con una máscara interesante. Leatherface usaba una máscara de piel humana, Michael Myers una máscara de Star Trek, Jason Voorhees, una careta de hockey; y el asesino de El tren del terror, una máscara de Groucho Marx que seguro dejó sin dormir a más de uno. El asesino de Scream no es la excepción. Conocido simplemente como Ghostface, el personaje fue creado por Wes Craven y Kevin Williamson a partir de un disfraz para Halloween diseñado por Brigitte Sleiertin para la compañía especializada Fun World; a su vez, Sleiertin tomó como principal inspiración para su creación la pintura El grito de Edvard Munch. Originalmente, la túnica de Ghostface iba a ser blanca para que se viera más como un fantasma, pero los productores decidieron cambiarla por temor a que el público la relacionara con el Ku Klux Klan.
    También me parece interesante que, de todos los slasher que hay por ahí, quizá Ghostface sea el más humano. Sí, es un psicópata; pero uno bastante centrado en realidad. Ghostface no tiene personalidades múltiples, ni ‒aunque en algún momento se insinúa la idea‒ vueltas de tuerca sobrenaturales. Y, de hecho, quizá sea el slasher más torpe de todos. El tipo sólo es un fanboy del infierno con la escalofriante voz del actor Roger Jackson (quien antes de esta cinta hacía voces para videojuegos y prestó su voz para la fallida máquina traductora de Marcianos al ataque [Burton, 1996]) que utiliza un cuchillo de supervivencia como arma.


    Y ahora que volví a ver la cinta con más detenimiento, le puse más atención al asesino. ¿El asesino se excita sexualmente después de matar? Porque eso explicaría todo el desmadre de su relación con Sidney… Pero, sobre todo, ¿hay una relación homoerótica entre el asesino y uno de los personajes? Porque, quiero decir, a raíz de la evidente falta de sexo... No lo sé, fueron un par de ideas que se me ocurrieron en este último visionado.
    La estructura de la película quizá peca de simple. Es más, si uno pone atención y juega con las reglas, infiere la identidad del asesino apenas transcurridos los primeros 20 minutos. El prólogo, que se volvería tradición en la saga, es súper poderoso y plantea de manera definitiva la tesis de la cinta. Es muy interesante además que, para ser una cinta de horror, esta película es larguísima. Dura casi dos horas, cuando la mayoría de las cintas del género difícilmente sobrepasan la hora y media. Y más interesante aun es el hecho de que no se siente larga.


    En aquella época, cuando aún comprábamos CD’s, el soundtrack de Scream se convirtió ‒junto con el de Romeo+Julieta (Luhrmann, 1996) y el de Juegos sexuales (Kumble, 1996)‒ en una pieza infaltable de la fonoteca juvenil. Variaciones del tema instrumental de Scream musicalizarían cada entrada subsecuente de la saga y una canción en particular, que no fue escrita específicamente para la película ‒y, de hecho, se había utilizado con anterioridad para otras películas como Una pareja de idiotas (Hnos. Farrelly, 1994)‒, se convertiría en parte de su mitología: Red Right Hand de Nick Cave & The Bad Seeds.  
    Y, por último, el elemento de la nostalgia que me inspira esta cinta. Habla de una época en la que los teléfonos celulares eran poco comunes, la falta de diversidad étnica no era mal vista, la gente aún preparaba palomitas de maíz instantáneas en la estufa, los televisores sin señal de video ponían una pantalla color azul rey, a nadie le importaba que veinteañeros hicieran papeles de prepos y existía un hábitat idílico llamado suburbia estadounidense. Y yo crecí en ese mundo... bueno, no exactamente porque soy mexicano, pero saben a lo que me refiero.       
    Scream, parodiando al mismo tiempo que homenajeando a los clásicos, se convirtió en sí mismo en un clásico que ha sido muchas veces imitado; pero jamás igualado.



PARA LA TRIVIA: La película originalmente se llamaría Scary Movie; pero el título fue cambiado de última hora porque, según Craven, le faltaba punch.
PARA LA TRIVIA GEEK: La compra de aparatos identificadores de llamadas, que en aquel entonces eran un poco una novedad y se vendían aparte de los teléfonos, en EE.UU. se triplicó tras el estreno de esta película.

Guión
2
Dirección
1
Actuación
1
Fotografía
1
Música
2
TOTAL
7



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