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jueves, 5 de mayo de 2016

CARRERA MORTAL EN EL AÑO 2000. ¡Es un futuro lleno de explosiones y desnudez parcial!


CARRERA MORTAL EN EL AÑO 2000
Death Race 2000

Paul Bartel, 1975

¿Se acuerdan de esos dibujos animados de Los autos locos (1968-1970)? En esta serie de Hana-Barbera, personajes como Pierre Nodoyuna, Penélope Glamour y los Hermanos Macana (parecidos al Capitán Cavernícola) competían en una carrera para ver quién era el piloto más loco del mundo. El punto es que los autos de los competidores estaban completamente personalizados de acuerdo con sus pilotos. Por supuesto, las trampas, los sabotajes y la violencia fársica estaban a la orden del día.
    Ahora, ¿qué pasaría si esta fórmula fuera aplicada a una película de acción? Uno creería que la respuesta sería “Un completo desastre”; pero si sabe hacerse, como en este caso, funciona maravillosamente. Y ése es básicamente el planteamiento de Carrera mortal en el año 2000. Citando Padre de familia: “Es un futuro lleno de explosiones y desnudez parcial”… esperen, de hecho, sí, esta película se parece mucho a la versión de Ana y el rey que montó Peter Griffin…


    La trama, inspirada muy levemente por una historia corta del cineasta y escritor Ib Melchior, cuenta que después del Colapso Mundial en 1979, el mundo instauró un nuevo orden social en el que la violencia, la crueldad y la barbarie no solamente son aceptadas por las leyes y la gente; sino que son fomentadas por éstos y se han convertido en un espectáculo televisado. Una vez al año en las Provincias Unidas de América se lleva a cabo la Carrera Mortal, una competencia transcontinental en la que feroces corredores recorren el país de lado a lado a bordo de automóviles personalizados obteniendo puntos por asesinar transeúntes incautos. El corredor favorito y campeón por cuatro años consecutivos es el frío Frankenstein (David Carradine), un piloto enmascarado con prótesis biónicas en todo su cuerpo. Sin embargo, en esta edición del año 2000, los competidores deberán preocuparse por algo más que sus adversarios, pues un grupo subversivo, decidido a terminar de una vez por todas con la Carrera Mortal, ha colocado trampas a lo largo de toda la ruta.
    Muchos teóricos opinan, y coincido con ellos, que la década de los 70 fue la Época de Plata de Hollywood. Hubo una enorme oferta de películas de todas las calidades y todos los géneros, incluyendo las propuestas de los primeros cineastas graduados de escuelas de cine. Fue la época en la que gente como Steven Spielberg, Francis Ford Coppola o George Lucas filmaron los nuevos clásicos del cine estadounidense.


    La oferta era muy variada. Así como hubo nuevas grandes películas, el cine de explotación y la legalización del cine pornográfico en el territorio estadounidense completaban el otro extremo. Productores como Al Adamson (apodado el Rey de los Autocinemas), Samuel Z. Arkoff ‒que solía hacer películas caras, pero malonas‒ y el ya por entonces legendario Roger Corman, quien nos atañe especialmente ahora, prácticamente troquelaban películas de calidad cuestionable para satisfacer la demanda de entretenimiento barato de los autocinemas y los cines de segunda. A este periodo pertenece Carrera Mortal.
    A pesar de que Corman es hasta la fecha reconocido por filmar con presupuestos ínfimos, en esta cinta se ve que invirtieron una buena suma... y se ve más que aun esta cantidad era como la décima parte de lo que realmente se necesitaba para hacer la película.


    Lo que más destaca, por supuesto, son los automóviles customizados de los diferentes competidores: la vaquera Calamity Jane (Mary Woronov) a bordo de The Bull, el gladiador Nero the Hero (Martin Kove) piloteando el Roman Lion, la neo-nazi Matilda The Hun (Roberta Collins) a bordo del Buzz Bomb, Machine Gun Joe Viterbo (Sylvester Stallone) piloteando su Machien Gun Cruiser y, el favorito de todos y campeón por tres años consecutivos, Frankenstein (David Carradine) a bordo del Alligator. Uno no puede ver la película sin dejar de admirar estos preciosos vehículos.
    Se ven geniales y al final del día terminan siendo personajes. Son tan kitsch... y se ve que sus creadores se pasaron un buen rato agregando pedazos de madera y piezas de fibra de vidrio para que los bólidos se vieran como la versión “madura” de los Autos Locos.   


    De hecho, casi todos los carros que aparecen en la película fueron posteriormente vendidos a diversos museos del automóvil por precios que fácilmente multiplicaban los costos de su fabricación.
    Y lo de “madura” no queda tan claro. El afamado crítico de cine Robert Ebert le dio cero de cinco estrellas a esta película en el momento de su estreno y señaló que uno de sus más grandes defectos era que resultaba muy atractiva para los niños, siendo una película para adultos. Hay montones de sangre ‒¿Por qué en las películas de los 70 la sangre siempre se ve anaranjada?‒, incluyendo una escena de un cráneo aplastado por un auto, sexo y otro montón de desnudos gratuitos. Pero la verdad es que toda la película resulta bastante infantiloide.


    Aun así es bastante divertida. Digo, si uno está en ese humor, no puede sino disfrutar del espectáculo psicodélico y surreal de caricaturescos automóviles atropellando gente y explotando en grandes bolas de fuego al ritmo de música funk. Y ya no hablemos de la escena en la que un tipo intenta torear a The Bull o aquélla del ala geriátrica del hospital.
     Originalmente, la película tendría un tono mucho más serio, oscuro y hasta nihilista ‒¿No les encanta la Ciencia Ficción de los 70?‒, más cercano a la saga del Planeta de los simios. Sin embargo, después de leer su primer tratamiento de guión, Corman se dio cuenta de que la película no funcionaría, así que encargó a Robert Thom la escritura de un segundo tratamiento.    


     Por supuesto, las tramas de las pelis de Corman no se destacaban precisamente por su originalidad, y en ésta podemos observar una marcada similitud con Gladiador del futuro (Rollerball, pa’ los cuates, Jewison, 1975). Creo que es el “parecido” más grande de una película de Corman con otra de éxito desde La mujer avispa (Corman y Hill, 1959) y La mosca (Numann, 1958).
     También es interesante ver la “actuación” de un jovencísimo Sylvester Stallone pre-Rocky en el papel de un grandilocuente Machine Gun Joe que busca por todos los medios arrebatarle la corona a Frankenstein, aun cuando esto lo lleve a enfrentarse con él a puño limpio.


     A final de cuentas, se trata de una película de explotación sin demasiada profundidad... lo que quizá está bien. Es una comedia sexista, cruel y granguiñolesca que resulta muy divertida si uno está en el ánimo de apagar el cerebro por u rato y simplemente divertirse. Además, se trata de un producto muy marcado por su época que manifestará la preocupación de los estadounidenses por las crisis del petróleo de los 70. Este discurso generaría al final de la década a Mad Max (Miller, 1979), de la cual Carrera mortal… es un claro antecedente.
    Como tal, a pesar de ser vapuleada por la crítica y que nunca trascendió el estatus de entretenimiento barato, Carrera mortal en el año 2000 se ganó un lugar como película de culto, además de influir en la ya mencionada Mad Max y en el videojuego Carmaggedon (Square Enix, 1997), además de generar un remake protagonizado por Jason Statham (Anderson, 2008), mismo que tuvo dos secuelas a su vez: Death Race 2 (Reiné, 1010) y Death Race: Inferno (Reiné, 2013). Para este año, se ha anunciado la producción de un segundo remake/reboot conocido como Death Race 2050 que contaría con la participación de Malcolm McDowell. 



PARA LA TRIVIA: El papel de Frankenstein fue ofrecido originalmente a Peter Fonda, quien lo rechazó por considerar la película demasiado ridícula. Carradine aceptó el rol pues acababa de terminar de hacer la serie de TV Kung Fu (1972-1975) y quería deshacerse de la imagen de muchacho bueno y sereno que le había dado la misma.
   



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