EL
QUINTO INFIERNO
AKA Los santos del Infierno
pero originalmente titulada The Boondock Saints
pero originalmente titulada The Boondock Saints
Troy Duffy, 1999
Hubo una época en la que el
cine independiente fue realmente independiente. Y no, no me refiero a la década
de los ochenta, en la que compañías productoras familiares, cuyas oficinas eran
garajes, que se dedicaban a hacer películas de horror se multiplicaron como Starbucks.
Me refiero a los noventa, cuando figuras como Ben Stiller —quien antes de ser comediante
fue director, y bueno, además— Spike Lee y Quentin Tarantino demostraron que el
cine independiente era también una forma válida de entretenimiento.
La película narra la historia de los
hermanos Connor (Sean Patrick Flanery) y Murphy (un joven Norman Reedus antes
de que The Walking Dead lo pusiera en
los cuernos de la luna) MacManus, quienes son unos pobres diablos sin futuro
que trabajan en una empacadora de carne y viven en un barrio irlandés marginado
en Boston. Cierta noche, por un accidente en una riña en el pub local, los
hermanos MacManus asesinan a un sicario de la mafia rusa. El FBI, con un equipo
liderado por el pomposo detective Smecker (Willem Dafoe) —quien además tiene
tendencias travestistas muy raras—, comienza a investigar el caso, creyendo que
el asesinato del matón fue obra de profesionales. Sin embargo, la verdad pronto
sale a la luz: se trató sólo un golpe de suerte de los MacManus... ¿O no? Los
hermanos, criados en el más fanático de los catolicismos, comienzan a creer que
son los elegidos de Dios para rescatar el barrio de las garras del crimen. Así,
forman un grupo de vigilantes que se encarga de asesinar a los capos de la
mafia local y que desconcierta a los investigadores liderados por Smecker
quien, en última instancia, deberá tomar una decisión vital: Arrestar a los
asesinos que han tomado la justicia en sus manos o unirse a ellos
Esta película tiene todo ese feeling de película independiente de los
90. Un humor referencial que no recae en citas textuales de otras películas,
sino en la manufactura misma de la cinta. En general, toda la película tiene un
tono socarrón y desenfadado y crea un universo propio lleno de chistes locales
y de guiños al espectador que convierten la experiencia de ver esta cinta como
en una amena charla con un viejo amigo.
A final de cuentas, todo el numerito
termina siendo una especie de mezcla entre El
gran Lebowski (Hnos. Coen, 1998) con un poquito de Tiempos violentos
(Tarantino, 1994) y un saborcito a Buenos
muchachos (Scorsese, 1990); todo dentro de un envoltorio desenfadado e
irreverente en una obra que, en su estilo, claramente anuncia los últimos
estertores de la década.
Las grandes actuaciones de todos los
involucrados son uno de los pilares sobre los que se construye esta cinta. Si
bien los hermanos MacManus son las estrellas de la peli, es Dafoe quien se roba
la película con su interpretación de Smecker. Conforme la cinta va progresando
y el detective del FBI se va dando cuenta de su vocación y de la función que
los Santos —que es como la gente comienza a apodar a los MacManus— están
desempeñando en su microcosmos, éste va llegando a una especie de epifanía de
la que simplemente no se puede uno cansar. A pesar de ser un personaje
secundario, siento que no puedo tener suficiente de esta cruza entre Sherlock
Holmes y el Dr. Frankenfurther.
¿Se han fijado cómo en las películas de
mafiosos siempre el líder de un cártel es un actor de renombre que
particularmente se luce en ese papel —además de Robert DeNiro, claro—? Bien,
pues aunque no se trata del líder en sí, el más sobresaliente de los villanos
de esta cinta es Il Duce.
Interpretado por Billy Connolly, Il Duce
es una especie de bulldozer humano sin sentimientos, con pocas palabras y una
eficacia imparable. Es, también, uno de los personajes más adorables de la
película gracias a una interesante vuelta de tuerca hacia el clímax de la
misma.
Otro punto a favor de esta cinta es su
guión, que es inteligente y propositivo, y posee una narrativa fragmentada que
recuerda un poco el estilo inicial del hombre que convirtió el cine independiente
en comercial: Quentin Tarantino. Son particularmente disfrutables las
secuencias en las que se contrastan las hipótesis de Smecker en la escena del
crimen, en las que conjetura que los homicidios son obra de asesinos
profesionales que rayan en lo artístico, con los flashbacks de lo que realmente
sucedió.
Finalmente, no puedo dejar de hablar de la
génesis de esta película ya que incluso llega a ser más interesante que la cinta
misma.
Había una vez (a principios de 1997) un
músico semiprofesional llamado Troy Duffy, quien tenía su banda y trabajaba
como barman y cadenero en un bar de Boston. La vida era buena y todos se
divertían. En los contados tiempos libres que tenía, Troy se puso a escribir el
guión para una película. En él trataba de construir una especie de homenaje a
sus películas favoritas.
Duffy llevó su guión a la agencia Williams
Morris, quienes lo rolaron por las principales casas productoras de cine para
ver quién se interesaba por él. Sucedió que, casualmente, Harvey Weinstein,
vice-presidente de Miramax Films, la compañía de cine independiente más
importante del momento que nos trajo películas como Tiempos violentos, Del
crepúsculo al amanecer (Rodriguez, 1996) y Shakespeare enamorado (Madden, 1998), se sintió maravillado por el
guión y lo compró, viajando personalmente a Boston para cerrar el trato en el
bar donde trabajaba Duffy.
El barman, en una jugada increíble, logró
cerrar un trato con Weinstein no sólo para que le comprara el guión, sino para
que Miramax lo contratara como director y para que su banda musicalizara la
cinta. Por si esto fuera poco, Duffy también convenció al vice-presidente de
Miramax para que se asociara con él e invirtieran su dinero en un bar en Los
Ángeles.
Duffy se volvió la sensación de la
industria. El muchacho que había logrado el sueño de Hollywood. Pero poco
después de que se mudara a Los Ángeles, Duffy comenzó a cometer errores que
finalmente terminaron con su carrera antes de que iniciara. Se llevó a todos
sus amigos de la adolescencia, con quienes había formado su banda, para que
trabajaran con él… sin pagarles. Al poco tiempo, el director en ciernes parecía
más interesado en beber y beber, y codearse con las celebridades del momento
que en trabajar en su proyecto.
Pero estoy siendo injusto con él. Duffy
guardaba celosamente su proyecto y defendía su independencia creativa, tanto
que de pronto ningún actor parecía suficientemente bueno para trabajar con él. Habló
pestes de Keanu Reeves, Ethan Hawke y Ewan McGregor, y llamó “puto” por teléfono
a Kenneth Branagh —de acuerdo, de acuerdo, Reeves y Hawke sí son malos, pero no
vas y lo gritas en un bar frecuentado por medio Hollywood—. En poco tiempo,
Duffy era un apestado en la industria del cine, lo que además arruinó la
negociación que él y su banda tenían con una compañía disquera.
Menos de seis meses después de que Miramax
comprara el guión de El quinto infierno,
Harvey Weinstein dejó de recibir las llamas de Duffy. Y, si estando en
Hollywood, alguien de apellido judío se niega a atender tus llamadas, sabes que
estás en problemas.
Miramax “liberó” los derechos del guión de El quinto infierno en 1998 —esta es una
jugada sucia clásica de Hollywood en la que la casa productora prácticamente
obliga al autor a comprarles de regreso su propia obra— y Weinstein le compró a
Duffy su parte del bar. El muchacho de Boston tuvo que volver a trabajar como
barman y, si quería que su película se produjera, tendría que arreglárselas por
su cuenta. Williams Morris trató de salvar el barco antes de que terminara de
hundirse ofreciendo el guión a las compañías que habían mostrado interés por él
un año antes. Nadie quiso comprarlo.
Finalmente, un productor independiente se
ofreció a financiar el proyecto por 8 millones de dólares (el presupuesto de
Miramax era de 15 millones) y Duffy aceptó de mala gana, pero a la primera.
Por desgracia, para el momento en el que
por fin se estrenó la película, la Masacre de Columbine se había arraigado
mucho en la cultura norteamericana, por lo que la violencia, como la que es
ensalzada en El quinto infierno, se
volvió un tema muy sensible. Poca gente lo nota, pero la verdad es que Hollywood
cambió mucho después de dicha tragedia.
Así pues, la fecha de estreno de la
película se retrasó hasta enero de 2000 y su corrida en salas cinematográficas
fue excesivamente limitada (por no decir que fue una chingadera que sólo
duró una semana exhibiéndose en cinco cines “de arte”). Sin embargo, los producotres
lograron lanzarla en video como renta exclusiva de Blockbuster Video —¿Se
acuerdan de Blockbuster?— donde la película fue un éxito.
Precisamente gracias al mercado casero fue
que esta película se convirtió en una obra de culto con millones de seguidores
y que multiplicó su presupuesto en rentas… Lamentablemente, el productor de la
cinta, por muy independiente que era, trabajó bajo los estándares de Hollywood:
El autor del guión renuncia a su derecho a percibir regalías, por lo que Duffy
no obtuvo un solo centavo por las rentas de la película.
A la fecha, Duffy no cree que su pésima
actitud haya sido la causa de la ruina del proyecto, y más bien lo atribuye
todo a “cosas que pasan y lo corrompida que está la industria del cine” —a
pesar de que el problema central sí fue su actitud, no puedo evitar pensar que
el hombre tiene cierta razón—.
La historia de su infausta película se
cuenta en el documental Overnight (Montana y Smith, 2003), en
el que puede verse muy bien la transformación de Duffy. No se trata de un
artista defendiendo la individualidad de su obra, se trata de un niño
caprichoso y egomaniaco que no pudo soportar la fama.
Y así con todo, la película es
increíblemente divertida e ingeniosa y no cuesta trabajo ver por qué se ha
hecho con una muy nutrida legión de fanáticos alrededor del mundo. Sé que hay
una moraleja en toda esta historia, pero cuando la reviso la verdad es que
parece que entre sus personajes sólo hay villanos… y de los tontos, como ésos
de Rocky y Bullwinkle.
Considero esta película como una de mis favoritas. Aunque yo no la vi en sala de cine. Fue todo un regalo haberla encontrado antes del Golden Choice una madrugada hace muchos años. Pero me a mi gusto las actuaciones son lo que la hacen tan buena, esos errores que cualquier otra película edita. Además que la trama que maneja es tipo árcade de aventura, que hace que esperes que vayan derrotando a enemigos hasta llegar al Boss. Y es lenguaje sacro que es parte esencial de la historias no raya en lo divino pero si en ese fatatismo de querer hacer el bien. Como ellos lo entendieron, matando a los "malos" pero respetando esos simbolismos que guardan las antiguas creencias de la muerte. Gracias
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