DRÁCULA
Dracula
Tod Browning, 1931
En 1897 se publicó la
primera edición de la novela Drácula,
escrita por el abogado irlandés Bram Stoker. Desde ese momento el libro fue un
gran éxito (inesperado para sus editores) y no ha pasado un año sin una nueva
edición de ella y, a pesar de que mucho se ha discutido sobre la calidad
literaria de la novela en sí, se ha convertido en uno de los referentes
culturales más inmediatos de nuestros tiempos. Según se dice por ahí, la imagen
de Drácula es tan reconocible como la de Mickey Mouse.
Y esa imagen es, particularmente, la que
nació de esta película de los Estudios Universal, con la interpretación del
actor húngaro Bela Lugosi como el conde Drácula.
La novela escrita por Stoker es una
combinación de novela de terror de influencia gótica con novela de aventuras
escrita en primera persona en forma de diarios, cartas y grabaciones. Asimismo,
el libro recoge gran influencia de las dos novelas sobre vampiros que se
publicaron anteriormente durante el siglo XIX: El vampiro de John William Polidori (1819) y Carmilla (1871-1872) de Joseph Sheridan LeFanu.
También se sabe que Stoker retomó, de forma
consciente o inconsciente, su vida íntima y la personalidad de gente cercana a
él para definir el carácter de cada uno de los personajes. Así pues, es
evidente que Abraham Van Helsing era la idealización que Bram Stoker hacía de
sí mismo, mientras que Jonathan Harker era la visión que tenía de su juventud.
El conde Drácula estaba mayormente inspirado en el actor Sir Henry Irving, con
quien el escritor mantuvo una tormentosa relación laboral y personal; Lucy
Westerna, con su moral relajada y apertura sexual, estaba basada en la propia
esposa del abogado, Florence Balcombe, quien prefirió casarse con él que con su
otro pretendiente, Oscar Wilde, por sus presunciones económicas.
A la muerte de Stoker, los derechos de la
novela pasaron a manos de Balcombe, quien los guardaba celosamente… finalmente,
la señora vivía de las regalías de la obra de su esposo, pues había perdido
mucha de la fortuna de éste endeudándose y Drácula era casi el único texto de
Stoker que se vendía. Así pues, cuando un cineasta alemán llamado F.W. Murnau
quiso comprar los derechos para adaptar la novela al cine, Blacombe se negó.
Hay que entender que en ese entonces el cine era considerado un entretenimiento
vulgar y barato, más cercano a una atracción de feria que a un verdadero
espectáculo como el teatro.
De cualquier modo, la película basada en Drácula fue filmada bajo el título de Nosferatu: una sinfonía de horror
(Murnau, 1922), sólo cambiando los nombres de los personajes. Balcombe demandó
a Murnau y el juez falló a favor de ella, por lo que se ordenó que todas las
copias de la película fueran destruidas. La película pudo sobrevivir a esta
acción gracias a que varios coleccionistas particulares conservaron fragmentos
de la cinta, con lo que pudo ser reconstruida posteriormente.
La infausta suerte de esta segunda[1] adaptación cinematográfica
de la novela de Stoker no se repetiría con la tercera. En este caso, fue el
empresario teatral Hamilton Deane, quien convenció a la viuda del irlandés para
que le vendiera los derechos para producir una obra de teatro basada en
Drácula.
La compañía de Deane trabajaba
principalmente en las provincias inglesas —donde el público era más amable que
en la capital— donde su producción de Drácula duró dos años de gira.
Finalmente, Deane llevó la obra a Londres, donde llamó la atención del
productor y editor estadounidense Horace Liveright.
Liveright vio mucho potencial en la obra y
decidió comprarla para llevarla a los EE.UU.; sin embargo, odió el libreto, por
lo que contrató al periodista y dramaturgo en ciernes John Balderston para que
prácticamente reescribiera el guión de Deane. Ésta sería la versión definitiva
de la obra que conocemos actualmente, aunque en el Reino Unido se siguió
representando el texto original de Deane durante décadas.
Tras una prolongada puja entre Warner
Bros., Twentieth Century Fox y Universal, ésta última compró los derechos de la
novela de Stoker y de los textos teatrales derivados, pues si bien el libro se
había etiquetado como “infilmable”, la obra de teatro era otro cantar.
Originalmente, el guión sería una mezcla
entre pasajes de la novela y de la obra teatral, pero como en aquella época el
cine de terror aún estaba definiéndose[2], la gente de Universal
decidió basar el guión de la cinta exclusivamente en la obra de teatro de
Balderston y Deane.
En un primer acercamiento, Universal quería
al “Hombre de los 1000 rostros” Lon Chaney, quien había hecho de la caracterización
de monstruos (como Quasimodo [1923] o el Fantasma de la Ópera [1925]) una
carrera, para interpretar al Rey de los Vampiros. Sin embargo, la muerte de
Chaney debida al cáncer obligó a los productores de Universal a cambiar de
planes.
Para interpretar al vampiro se contrató al
actor húngaro Béla Ferenc Deszö Blasko —quien usaba el nombre artístico de Bela
Lugosi, por haber nacido en la región húngara de Lugos[3]—, quien sustituyó a
Huntley en el montaje americano de la obra teatral. Lugosi, con su particular
fisonomía propia de un aristócrata de Europa oriental, le daría a Drácula la
imagen tan icónica con la que se le ha conocido a lo largo de las décadas,
misma que sobrepasó, y por mucho, a la descripción que del conde hacía Stoker
en su novela. Por cierto que el fraq con el que comúnmente se viste al
personaje fue una solución prácticamente improvisada de Raymond Huntley, a
quien se le pidió que colaborara con su vestuario prestando “el traje más
elegante que tuviera” a la producción de la obra teatral; mientras que la capa
negra fue más que nada utilería, pues era usada para esconder al actor cuando
se suponía que debía “materializarse de la nada” en escena.
Para el momento del estreno, los
realizadores tenían miedo de que esta cinta no se vendiera bien porque
asustaría al público —recuerden que siempre nos gusta pensar que el público era
más ingenuo antes—, por lo que la promocionaron como una película de romance.
Es más, la cinta se estrenó precisamente el 14 de Febrero de 1931 y en los
posters promocionales se había cambiado el título por el de Dracula: A Romance.
La película fue un éxito rotundo e inauguró
la que sería una era dorada para la Universal, pues durante toda la década de
los treinta, y aún bien entrados los cuarenta, se dedicaron a producir
películas de monstruos; además de que marcó los estándares de calidad que se
esperarían de este tipo de películas en adelante y que seguirían vigentes hasta
la revolución de la Hammer en la década de los 50.
El argumento es una adaptación más o menos
fiel de la historia de Stoker en la que seguimos al abogado Thomas Renfield (Dwyght
Frye) en su viaje de Inglaterra a Transilvania para conocer a un extraño
cliente que desea comprar una propiedad cerca de Londres, el conde Drácula
(Lugosi). Renfield es secuestrado por Drácula, quien lo convierte en su
sirviente. Drácula y Renfield viajan a Londres a bordo de un barco que encalla
en la costa, Renfield es remitido entonces al manicomio del Dr. Seward (Herbert
Bunston). Poco tiempo después Seward, su bella hija Mina (Helen Chandler), su
amiga Lucy (Frances Dade) y su futuro yerno, John Harker (David Manners),
conocen al extraño conde Drácula, quien se acaba de mudar a la ruinosa abadía
que colinda con los terrenos del manicomio. Lucy cae presa de una terrible y
desconocida enfermedad que la va consumiendo poco a poco hasta que muere, sólo
para resucitar como un no-muerto. El excéntrico profesor Van Helsing (Edward
Van Sloan) ayudará a Seward y a Harker a destruir a la creatura, a salvar a
Mina de correr el mismo destino que su amiga y a encontrar al vampiro que está
propagando la maldición por Londres.
Como bien puede advertirse, el texto de
Deane y Balderston llevado a la escena y posteriormente a la pantalla, sigue
más o menos la novela de Stoker de una manera bastante condensada. Ya en la
película, el efecto terrorífico recae mucho más en la creación de una atmósfera
y la actuación que en sus escasos
efectos especiales.
Para la creación de dicha atmósfera, la
película utiliza la iluminación y los decorados, que hereda del cine
expresionista alemán de la década pasada a través de la mano del fotógrafo —y
director emergente de la película sin crédito— Karl Freund.
Según cuenta el chisme, Browning, quien ya
era alcohólico por aquellas fechas, cayó en una profunda depresión y una crisis
severa de alcoholismo tras la muerte de Chaney. Con frecuencia, Browning
dejaría botados a todos en el set de Drácula
o de plano no llegaría a los llamados, por lo que Freund tendría que salir al
quite para que el proyecto no se hundiera.
Según teóricos y críticos, particularmente
contemporáneos, el resultado se puede ver en pantalla en el sentido de que se
trata de una de las películas más descuidadas de Browning, quien por regla
general era sistemático y meticuloso para filmar. Y, siendo francos, en una
comparación con su siguiente cinta, la controvertida Fenómenos (Freaks, pa’
los cuates, 1931), Drácula sí sale
mal librada.
Y, a pesar de ello, la historia sobre el
vampiro transilvano marcaría la pauta de lo que serían las producciones que
llevarían a la Universal a una verdadera época dorada en la que crearían iconos
de la pantalla grande que, a lo largo de las décadas, irían permeándose como
parte de la cultura popular.
Según se dice, la película sí aterró al
público de su época; pero, por supuesto, a ojos de los espectadores de las
generaciones subsiguientes quizá peca de naïve. Los planos detalle a la mirada
hipnótica de Lugosi, las arañas de plástico trepando por las paredes y los
murciélagos colgando de hilos de pescar —en la puesta en escena original se
había planeado que Drácula entrara a la habitación de Lucy transformado en
lobo, pero nunca lograron que la marioneta del cánido se viera real— no pueden
sino salpimentar esta obra. Por ejemplo, al día de hoy nadie puede explicar por
qué el castillo de Drácula y la abadía de Carfax están poblados por tlacuaches
y armadillos… Y no hay que olvidar las actuaciones grandilocuentes tan de la
época —Dwight Frye como Renfield ¡Excelso!—.
Quizá fueran estas razones las que llevaron
a este clásico del cine de terror a formar parte de la programación de las matinees infantiles de los sábados
durante la posguerra, junto con los seriales de El Fantasma y Flash Gordon.
Y, si bien este movimiento podría haber marcado la decadencia del rey de los
vampiros, creo que fue en realidad lo que lo posicionó como un icono de la
cultura pop que trascendió a las generaciones.
En muchos aspectos, estoy convencido de que
éste es uno de esos casos, más bien poco comunes, en los que la película basada
en la novela supera la popularidad del texto. Me refiero a que prácticamente
cualquier persona sabrá quién es Drácula y, seguramente, al decir ese nombre
evocará la imagen de Lugosi —o alguna inspirada en ella—; pero muy
probablemente jamás haya leído la novela publicada en 1897.
LA
VERSION EN ESPAÑOL
Drácula
George Melford y Enrique
Tovar Dávalos, 1931
En la época en la que se
estrenó la Dracula original no
existía la tecnología para doblar las películas a otros idiomas, vamos, ni
siquiera existía la tecnología para incluir el sonido en la misma cinta que la
película. De hecho, para su proyección en cines, la distribuidora entregaba en
las salas el carrete de cinta con la película y uno o varios discos de acetato
con el audio grabado, que debían reproducirse simultáneamente con la cinta.
Durante la década de los 30, la Universal
buscaba la expansión internacional, por lo que exportó su más grande éxito del
momento, Drácula, a diferentes latitudes. Para vencer el obstáculo del idioma,
la cinta se estrenó en muchos países como una película silente en la que se
insertaban pantallas con los diálogos escritos de los personajes.
Sin
embargo, el mercado hispanoparlante (particularmente el latinoamericano) era
tan fuerte en ese momento —durante la época del cine silente México era el
principal productor de películas a nivel mundial— que Universal se arriesgó a
producir una versión alternativa de Drácula
hablada completamente en español.
Así, un elenco compuesto por actores de
diversas nacionalidades (mexicanos, españoles, argentinos, etc.) hicieron una
versión alternativa de la película que se filmaba por las noches, cuando Browning
y su equipo ya habían desocupado los sets.
El guión era exactamente el mismo, sólo que
traducido al español e, incluso, a los actores hispanoparlantes se les
proyectaban las escenas filmadas por el equipo diurno para que trataran de
imitarlas de la manera más fiel posible[4]. Sin embargo, la película
es diferente. El ritmo es mucho más pausado por lo que, aunque el guión es el
mismo, la película dura más; además de que los vestuarios femeninos son mucho
más reveladores en esta versión.
Mucho se ha discutido sobre qué versión es
mejor. Al respecto sólo diré que la versión en español goza de una dirección
mucho más fuerte. El director de esta cinta se arriesga y propone un discurso a
través de la película, a diferencia de la dirección de Browning, que se nota
tibia y apenas cumplidora en algunas partes.
En el caso de las actuaciones, éstas sí son
bastante dispares. Mientras el Drácula de Lugosi es infinitamente superior al
de Carlos Villarías; el Renfield de Pablo Álvarez Rubio llega a superar al de
Frye en algunas de sus escenas y, en el caso de Mina, francamente prefiero la
interpretación de Lupita Tovar.
Durante muchísimas décadas luego de su
estreno, esta película se mantuvo en las sombras como una especie de leyenda
urbana. No fue sino hasta la generación del LaserDisc (mediados de los 90) que
se empezó a distribuir en formato casero para beneplácito de los fans, quienes
al principio la consideraron simplemente una curiosidad histórica, pero
actualmente la han vuelto un objeto de culto casi al nivel de la original.
BIBLIOGRAFÍA
DEANE, Hamilton y John L. Balderston, Dracula: The Ulitmate, Illustrated Edition
of the World-Famous Vampire Play, introducción y notas de David J. Skal,
St. Martin’s Press, Nueva York, 1993.
LANDIS, John, Monsters
in the Movies: 100 Years of Cinematic Nightmares, DK Publishing, EUA,
2011.
STOKER, Bram, The
New Annotated Dracula, edición, prefacio y notas de Leslie S. Klinger,
Norton & Company, Nueva York, 2008.
OTRAS FUENTES
NASR, Constantine, Lugosi:
The Dark Prince, Universal Studios Home Video, 2006.
SKAL, David J. The
Road to Dracula, Universal Studios Home Video, 1999.
[1]
Existe la referencia de una película húngara apócrifa llamada Drakula, dirigida
por Karoly Lajthay en 1920. Esta película se considera perdida y, en aquel
momento, escapó a las escrupulosas pesquisas de Balcombe.
[2] En
cuanto a sus recursos en pantalla como cine, pues desde la primera década del
siglo XX se hicieron versiones fílmicas de obras del Grand Guignol.
[3]
Cfr. Skal en DEANE, 1992, P.xiv.
[4] En entrevistas, la actriz mexicana Lupita
Tovar, quien hizo el papel de Mina, ha declarado que con el más sincero
espíritu deportivo, el elenco de la versión en español tomaba estas muestras
como desafíos que los impulsaban a tratar de superar lo hecho por el equipo
diurno.
Versiíon en español, en realidad; sólo algunos actores eran mexicanos. Está padre... es casi igual a la original, pero como más subida de tono.
ResponderBorrarSi la verdad yo también.Siempre creí que era una leyenda urbana y hasta pensé que era un churro mexicano
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