EL
FANTASMA DEL PARAÍSO
Phantom of the Paradise
Phantom of the Paradise
Brian De Palma, 1974
Cada que veo esta película
recuerdo ese episodio de Los Simpson titulado
La boda de Lisa; en la escena del
futuro cuando la maestra Hoover menciona que Martin Prince murió en la
explosión en la feria de ciencias y éste aparece desfigurado como el Fantasma
de la Ópera tocando la versión disco, compuesta por Walter Murphy, de La quinta de Beethoven en su órgano.
Básicamente, creo que eso resume esta cinta.
Y es que el barroquismo glam que da forma a
esta reinterpretación de la historia de Gaston Leroux consagraría a De Palma
como un maestro del exceso que sólo podría ser superado en décadas posteriores
por nuestro querido Baz Luhrman.
La cinta narra la historia de un
compositor, Winslow (William Finley), con un enorme talento pero pocas
oportunidades. Winslow es descubierto con el andrógino productor musical Swan
(Paul Williams), quien lo traiciona y le roba la que sería su obra maestra, la
cantata Fausto (que además del Fausto
de Goethe hace referencia al Frankenstein de Mary Shelley). Cuando Winslow
intenta reclamar lo que es suyo, Swan lo encarcela y lo tortura. Winslow logra
escapar de la prisión y regresa a la ciudad para atacar las oficinas de Death
Records, la casa productora de Swan, pero sufre un terrible accidente con una
prensa para imprimir discos y es dado por muerto.
Tiempo después, Swan está por inaugurar el
teatro Paradise, el más lujoso y exquisito recinto musical de la historia, y lo
hará con el estreno de su cantata Fausto,
protagonizada por la otrora inocente cantante Phoenix (Jessica Harper, quien
sólo pudo ser considerada guapa en los setenta) de quien Winslow se enamoró
pero que ahora ha sido seducida por Swan.
Así las cosas, una serie de extraños
asesinatos comienzan a ocurrir en el Paradise. Swan descubre que Winslow, ahora
deforme, es quien está detrás de todo ello y lo contrata para terminar Fausto. Ahora, Winslow deberá decidir
entre su honor y su integridad artística o la fama y la carrera de la mujer que
ama. Además de que, en el camino, descubrirá el terrible secreto tras el
enigmático origen de Swan.
Creo que el punto de referencia más cercano
para esta película sería El show de
horror de Rocky (Sharman, 1975), pero sería sólo en la forma, pues ambas
películas son muy diferentes. El
fantasma… no es propiamente un musical, aunque sí tiene varias escenas
cantadas tipo arias, y aunque sí es caricaturesca, no es una parodia, y
prevalece más su sentido trágico-romántico como queriendo llegarle a un
gótico-glam —¿Alguien entendió qué carajos quise decir?—.
En un primer nivel, la película utiliza los
colores saturados, las actuaciones grandilocuentes, vestuarios estrafalarios y
un Fantasma que parece una pesadilla de Freddie Mercury para criticar la
falsedad y vacuidad de la industria musical. A este respecto, llama la atención
el personaje de Phoenix, quien representa a las artistas seducidas por la fama
de a peso la docena.
Debajo de su capa tras capa de colorido
maquillaje con diamantina, la verdad es que esta obra toca un tema que es común
a todos los artistas. ¿Qué tan dispuesto está uno a ceder su obra en aras del
reconocimiento? Y ¿cuándo una obra deja de pertenecernos? Y realmente ¿Qué es
una Obra Maestra y quién lo decide? —sí, Balzac, te estoy hablando a ti—.
Ahora bien, algo que siempre me ha parecido
curioso es que en prácticamente todas las adaptaciones cinematográficas de El fantasma de la Ópera —excepto en la de 1925, en cuya realización
participó el mismo Leroux, y en la de 1988 protagonizada por Robert Englund
como El fantasma— retratan al personaje como un artista de alma torturada, un
héroe romántico víctima de tanta injusticia que haría sonrojar a Wilhelm Tell.
¿Por qué nadie retoma el personaje original
creado por Gaston Leroux? Un genio de la ingeniería, las matemáticas y la
música con ambiciones megalómanas, un rostro deforme y un sádico gusto por la
tortura... aunque no por eso con menos carisma.
En contraste, en esta versión Winslow
termina siendo un obrero que fabrica música empleado por su tiránico patrón
Swan. Esto, aunado al tono faustiano de todo el asunto le da al show una
interesante vuelta de tuerca al final.
Y, quizá debido a los colores saturados, a
los vestuarios que oscilan entre lo kitsch y el rococó, a los números musicales
melosos que se reparten a lo largo de la peli, a la perturbadora apariencia de
Swan o no lo sé, quizá simplemente a que todo el conjunto resulta excesivo,
pero el final es algo anticlimático. Digo, para el tono que había estado
teniendo toda la película hasta su desenlace, la verdad es que el
enfrentamiento final entre Swan y Winslow desmerece.
Así pues, se trata de una cinta mediana. No
es la mejor de Brian de Palma ni la peor, simplemente creo que es una cinta muy
producto de su época que, si bien no es mala, nunca termina de sentirse cómoda
en su elemento el cual es… pues... ¡Hombre! Ahí está el detalle: Parece ser que
todo el brío y entusiasmo de esta película se desgasta en la forma para crear una
mezcla de géneros a la que se le ven las costuras por todas partes y no en
concretar un fondo que le de
sustento a todo.
A fin
de cuentas se trata de una crítica un tanto banal y superficial de la banalidad
y la superficialidad, una denuncia contra la industria discográfica que no es
melodrama, ni musical, ni comedia, no farsa ni horror; es El fantasma del Paraíso.
PARA
LA TRIVIA: La película originalmente iba a titularse únicamente The Phantom (El Fantasma); pero King Syndicate Features, propietarios de los
derechos de la tira cómica de El fantasma,
exigieron que la película tuviera un título más largo para evitar que se confundiera
con su personaje.
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