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martes, 26 de julio de 2016

LA LEYENDA DE TARZÁN. Una apología al colonialismo en la época de la corrección política.


LA LEYENDA DE TARZÁN
The Legend of Tarzan

David Yates, 2016

En octubre de 1912 se publicó por primera vez la novela Tarzan of the Apes. Su autor, el estadounidense Edgar Rice Burroughs (1875-1950), concibió el texto como una forma fácil de ganar dinero luego de haber pasado varios años en empleos mediocres con salarios bajos. Burroughs no sólo escribió una serie de veinticuatro secuelas ‒algunas publicadas de manera póstuma‒; sino que se las arregló para vender licencias de su personaje que incluyeron prácticamente todos los medios: cómics, radionovelas, seriales cinematográficos, juguetes y una nutrida lista de etcéteras cuyas ganancias le dieron el capital suficiente para comprarse un rancho en las afueras de Los Ángeles al que llamó Tarzana.


    La novela como tal fue muy criticada en su época por su escaso valor literario, su argumento pobre y la aún más pobre retórica de Burroughs, así como sus situaciones inverosímiles y huecos argumentales. A pesar de todo esto, el libro rápidamente se convirtió en un Best Seller y un clásico de la literatura juvenil estadounidense.
    ¿Y a dónde quiero llegar con esta introducción? Bueno, pues a que el nombre de Tarzán no está precisamente ligado al concepto de calidad desde su fuente primaria. En ese sentido, esta película no fue una decepción.


    La cinta cuenta la historia de John Clayton III (Alexander Skarsgård, a quien seguro recuerdan como el vampiro Eric Northman en True Blood [2008-2014]), otrora conocido como Tarzán, quien vive la vida de un aristócrata inglés tras haber reclamado su título como Lord Graystoke y desposado a Jane Porter (Margot Robbie). Cuando la invasión belga al Congo deja en bancarrota al rey Leopoldo I, éste envía a un agente especial, el malvado Leon Rom (Christoph Waltz, porque alguien tenía que actuar en esta película), para que salve la empresa. El plan de Rom es convertir a todas las tribus del Congo en esclavos para obtener mano de obra barata. Para este propósito, se alía con el rey Mbonga (Djimon Hounsou) quien, a cambio de la ayuda de sus guerreros, le pide que le entregue a su enemigo jurado, Tarzán. John Clayton caerá en la trampa de Rom y viajará al Congo acompañado del diplomático estadounidense y vis comica George Washington Williams (Samuel L. Jackson).
    Por principio de cuentas hay que aclarar algo: esta película no narra la historia de Tarzán. Según parece, ésa ya quedó bastante contada en la clásica Greystoke: la leyenda de Tarzán (Hudson, 1984) o en la versión de Disney (Buck y Lima, 1999), y a los realizadores de esta cinta les pareció poco interesante para contar... supongo.


    Sí hay unos cuantos flashbacks sobre cómo el clan de simios adopta al pequeño Tarzán y de cómo éste se ganó su lugar dentro de la tribu. También hay flashbacks de cómo Tarzán conoció a Jane. Todo esto tomándose bastantes licencias con respecto al texto original, pero cumpliendo con su cometido de plantear quiénes son los personajes, cuáles son sus relaciones, explicar un poco por qué son como son y dejarnos con ganas de más... porque la verdad, aunque esté más choteada, uno como que sí quería ir a ver la historia del origen de Tarzán.
    En ese sentido, la historia es bastante simple... y, aun así, se siente innecesariamente complicada. Como si el argumento central fuera demasiado sencillo y la narrativa fuera rebuscada para que la película no parezca una tomada de pelo monumental...


    En general, las actuaciones son sosas y poco brillantes. Skarsgård difícilmente gesticula, Jackson está en su eterno papel del negro sarcástico y Hounsou, que en alguna época fuera un gran actor, parece haber entendido que ser el villano de la película era poner cara de “ah, qué encabroando estoy” todo el tiempo. 
    Se salva el genial Christoph Waltz, cuyo carisma e interpretación sobresalen del resto, aun cuando el personaje que hace es básicamente una copia edulcorada del que lo lanzara a la fama, el Cnel. Hans Landa en Bastardos sin gloria (Tarantino, 2009). Por cierto, ¿alguien sabe si la acción de Rom de acomodar los cubiertos sobre el plato de Jane fue improvisada por el actor? Porque posee esa genialidad y frescura de un actor que se está divirtiendo con lo que hace... aunque, por otro lado, si me di cuenta de que lo improvisó, entonces algo salió mal. Y también la Robbie, a quien todos esperamos ver como Harley Quinn, tiene ciertos momentos de brillo como una Jane que es una damisela en peligro, pero no está desamparada en absoluto.


    De hecho, la interpretación de Robbie es tan competente que logra compensar la pobre caracterización del personaje, que incluye el horrible color de cabello que le pusieron ‒eso ni es rubio ni es castaño, es como amarillo Playmobil‒ y su vestido de una época indeterminada pero que realmente no termina de encajar en el siglo XIX.
     Y después viene lo peor de la película: Los efectos especiales ¡Oh, por Cthulhu! ¿Es neta, Warner Bros.? ¿De verdad éstos son tus efectos CGI para una película de alto presupuesto encaminada a ser franquicia? ¡Los gráficos de la WiiU se ven mejor y eso ya es mucho decir! Todo se ve completamente falso en esta cinta ‒además del cabello de Jane‒.


     Digo, estoy perfectamente al tanto de que los simios que criaron a Tarzán son una especie ficticia ‒esto viene desde la novela de Burroughs, en la que se refiere a ellos como primos cercanos de los gorilas, sólo que más grandes y más inteligentes‒ y que por lo tanto no tienen que verse absolutamente realistas; pero no mamen. Los gorilas de Congo (Marshall, 1995) también son ficticios y se ven mejor que los de esta cinta... y ya saben cómo se veían los gorilas de Congo.
    No sólo los animales se ven terribles, sino que fueron tratados con increíble poca atención a los detalles. ¿O fui el único que notó que los elefantes que cruzan la jungla son pigmeos? Digo, porque se supone que son elefantes africanos, pero se ven como del tamaño de elefantes asiáticos... parece que alguien no hizo la tarea de ir al zoológico.


    Y para rematar, están los escenarios virtuales. Grandes cosas pueden lograrse con los escenarios virtuales, y la creación de mundos tan vastos y asombrosos cuyo único límite es la imaginación es una realidad al alcance de la mano de cualquier cineasta... siempre y cuando se haga bien. Por desgracia, en La leyenda de Tarzán lo hacen con las patas. De verdad, la secuencia en la que Tarzán y los aborígenes corren por las ramas de los árboles para alcanzar el tren se ve horrible. Éstos deben ser los peores escenarios digitales que he visto desde Star Wars Episodio II: El ataque de los clones (Lucas, 2002)... ¡Pero eso fue hace casi quince años!
    Como sea, la película entretiene y me hizo reír mucho. Aunque no sé si esa fue la intención de los realizadores al hacerla. Es una cinta apenas palomera cuyo mayor mérito es explotar el físico de Skarsgård y de verdad, no pasa de ahí, quien espere más que eso merecerá la decepción. De cualquier modo, muy probablemente Burroughs, quien escribió el crossover entre sus dos personajes más famosos, Tarzán y John Carter, en el que el Rey de los Simios va a Marte, hubiera aprobado esta cinta sin demasiado recelo. Y creo que lo más genial de toda la película fue el chiste que hacen sobre el grito de Tarzán.  


PARA LA TRIVIA: Edgar Rice Burroughs menciona muchas veces en la novela el llamado de Tarzán y es un elemento importante en los nudos climáticos de la historia, aunque nunca describe específicamente cómo suena. Aunque hubo otros antes, el grito clásico de Tarzán ‒sí, ése que finísimas personas ponen en el claxon de sus autos‒ se atribuye oficialmente al actor Johnny Weissmuller en su interpretación del personaje para la película Tarzán de los monos (Dyke, 1932). Sin embargo, la historia sobre el verdadero origen del grito está envuelta en misterio, siendo la versión más aceptada la de que en realidad fue el cantante de ópera Lloyd Thomas Leech quien grabara originalmente el grito para Metro-Goldwin-Meyer.

Guión
0
Dirección
1
Actuación
1
Fotografía
0
Música
1
TOTAL
3






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