EL
FANTASMA DE LA ÓPERA
Phantom
of the Opera
Arthur Lubin, 1943
Esta película no sólo es la
que inaugura la segunda etapa de la saga de monstruos de Universal Pictures;
sino que probablemente sea la más subvalorada de todas. El problema quizá
radica en que no fue la primera adaptación cinematográfica que hizo Universal
del folletín publicado por Gaston Leroux en 1910; sino que siempre ha vivido a
la sombra de la primera versión, cuyo guión, que se enfocaba más en el terror,
fue escrito por el mismo Leroux y contaba con la impactante caracterización de
Lon Chaney como el deforme Eric.
La versión de 1925 fue uno de los grandes
éxitos de Universal, tanto que en 1930 reestrenaron una versión sonorizada de
la misma. Así pues, para 1935 la Casa de los Monstruos anunció que preparaba un
remake de la inmortal historia de una joven diva de la ópera y su siniestro
protector que sería estelarizado por el icónico Boris Karloff. Esta versión
sería una contemporaneización ambientada en el París del periodo interguerras,
el Fantasma sería un artista que vuelve del frente traumatizado por los
horrores de la guerra y que cree haber sido desfigurado en batalla.[1]
Por desgracia, los problemas financieros de
la casa productora y su posterior venta parecieron dar carpetazo al asunto. Sin
embargo, los nuevos dueños de Universal, lejos de abandonar el proyecto, vieron
en él una oportunidad para dar continuidad a la exitosa franquicia de monstruos
y, al mismo tiempo, cimentar las bases de lo que serían sus producciones de ese
momento en adelante. Pronto, el presupuesto de la cinta ascendió a un millón de
dólares.
Para la producción de 1925, Carl Laemmle
encargó la construcción de un gigantesco y fastuoso set, el famoso estudio 28
de Universal City, que replicaba con lujo de detalle el interior de la Ópera de
París. Este set fue el primero en la historia del cine en ser construido con
una estructura de vigas de acero.[2] Para construir los sets
que recreaban las “tripas” del teatro y su sótano, Universal convocó a Ben
Carré, un diseñador francés que trabajó en la ópera de París y la conocía
profundamente.
El
lujoso e impresionante set fue reutilizado no sólo para filmar la versión de
1943 de El fantasma de la ópera, sino
también la versión producida por Hammer Films (Fisher, 1962) e infinidad de
otras películas. El set se creía embrujado[3] y era considerado el más
longevo en la historia del cine hasta que, ante la indignación de cinéfilos y
estudiosos del Séptimo Arte, fue demolido en el otoño de 2014.
Para lucir tanto los pomposos sets como el
magnífico vestuario y los números operísticos presentados en pantalla, la
producción decidió que la cinta se rodara en Technicolor con una fotografía
preciosista de Hal Mohr, quien trabajara en la versión de 1925. Además de que
el presupuesto original casi se duplicó debido a los enormes gastos que la
producción hizo para adaptar el estudio de tal forma que se pudiera grabar
sonido directo en él. Porque la ópera que aparece en esta cinta es de verdad.
Me refiero a que Susanna Foster, quien
interpretó a la joven y hermosa estrella en ascenso Christine DuBois (Christine
Daaé en la novela), estaba entrenada como cantante de ópera y Nelson Eddy,
quien interpretara a su compañero barítono e interés romántico Anatole Garron,
era cantante de ópera con estudios en Dresden y París.
Del mismo modo, los complejos números de
ópera que se muestran en la cinta fueron efectivamente montados por un director
escénico y filmados en vivo.
Irónicamente, de todas las obras que se
presentan en la película sólo una es una ópera de verdad. Debido a la guerra en
Europa, los propietarios de los derechos de las óperas que Leroux menciona en
el libro fueron prácticamente imposibles de rastrear. Esto, aunado al poco
interés de Universal en pagar regalías por la música, derivó en que el
productor George Waggner, quien era un melómano entusiasta, contratara al
compositor Edward Ward para que arreglara versiones operísticas de música
sinfónica de dominio público.
Y quizá éste sea el talón de Aquiles de la
cinta. No se puede negar que fue un éxito de taquilla y una de las películas
más populares de su época, por no mencionar que ganó dos premios Óscar (Diseño
de Arte en color y Fotografía en color)[4]; pero quizá su
planteamiento no sobrevivió a la prueba del tiempo. Al dejar de lado hasta una
forma tangencial el elemento de terror y dar mayor importancia a los números
musicales y los elementos de comedia romántica, esta película se circunscribe a
sí misma como una pieza de época que podría estar orientada a un público
demasiado particular. De tal suerte, la versión de 1943 de El fantasma de la ópera queda atrapada entre la macabra genialidad
de la versión de 1925 y el espectacular manierismo de la popular versión para
teatro musical de 1988.
Tampoco me encanta el hecho de que el
argumento se aleje tanto del de la novela de Leroux. En esta versión, se narra
la historia de Erique Claudin (el siempre genial Claude Rains), primer violín
de la orquesta de la Ópera de París, quien es despedido cuando la artritis en
su mano izquierda le impide tocar su instrumento. Claudin vive en la miseria,
pues ha gastado todo su dinero en pagarle lecciones a la joven cantante
Christine DuBois (Susanne Foster), quien desconoce la identidad de su
misterioso benefactor. Para sobrevivir, Claudin decide vender el concierto que
ha escrito; pero una confusión lo lleva a creer que el editor ha robado su obra
y, en un ataque de ira, lo asesina. La amante del editor quema la cara de
Erique con ácido y éste, perseguido por la Policía, debe ocultarse en las
alcantarillas bajo la Ópera de París. Desde ahí, iniciará un reinado de terror
para llevar a Christine a la cima. Será tarea de los dos pretendientes de la
cantante, el barítono Anatole Garron (Nelson Eddy) y el detective Raoul Daubert
(Edgar Barrier) detener al temido Fantasma de la Ópera.
Algo con lo que nunca he estado de acuerdo
en la mayoría de las adaptaciones de El
fantasma… es el cambio del personaje de Eric. En el texto de Leroux, el
Fantasma es un genio maligno cuyo carácter perverso y excéntrico está más
cercano al de Hannibal Lecter, se trata de un sádico polímata, megalómano y sociópata,
que empleaba sus habilidades diseñando aparatos de tortura para un sultán turco
y que, por si fuera poco, está deforme de nacimiento ‒algunas referencias del
texto sugieren que quizá sufre de lepra[5], pero son poco definitivas
y los estudiosos las consideran más bien un apunte no explorado por el autor[6]‒. En contraste, la mayoría
de las versiones fílmicas ‒exceptuando la de 1925 y la de 1989 (Little),
lástima que sea tan mala‒ convierten al Fantasma en un artista torturado, un
héroe romántico, especie de ángel caído schilleriano, que busca venganza en contra
de un mundo que lo ha agraviado.
Claude Rains, quien por contrato se rehusó
a utilizar el maquillaje originalmente diseñado para el Fantasma por Jack
Pierce, con su voz aterciopelada, su actuación grandilocuente y melodramática,
y sus ademanes refinados presenta un Fantasma bastante convincente que no
aparece en pantalla ¡hasta el minuto 48, luciendo una máscara con marcada
influencia del Art Decó! Rains alguna vez dijo: “En las películas puedo ser tan
malvado y retorcido como quiera, y sin lastimar a nadie”.[7]
En etapas tempranas de la producción se
barajó la idea de que el Fantasma fuera interpretado por el renuente Lon Chaney
Jr.; pero la verdad fue que ni él ni los realizadores consideraron esta
posibilidad seriamente.
En el primer corte de la película, aparecía
una escena en la que la tía Madelleine (Barbara Everest), quien criara a la
huérfana Christine, revelaba la verdad a Raoul: Erique era el verdadero padre
de Christine, quien la había abandonado a ella siendo una bebé y a su madre
para perseguir su sueño de ser un gran músico. La madre de Christine se habría
suicidado después por el dolor y la pequeña niña quedaría al cuidado de su tía.
Esta línea argumental explicaba por qué Claudin gastó toda su fortuna en
entrenar a Christine, además de que añadiría un juego de culpa-redención al
personaje y le agregaría una dimensión psicológica más profunda. Sin embargo,
ya en el montaje final de la cinta, la escena de la tía Madelleine fue dejada
fuera, pues los productores temieron que sugiriera incesto más adelante en la
cinta, cuando la chica es secuestrada por el Fantasma[8].
Aun así, la edición es ágil y la narrativa
es excelente, y en general la película es entretenida y se deja ver bastante
bien... a menos que a uno de verdad no le guste la ópera, en cuyo caso esta cinta
será un tormento.
Algunos elementos del folletín sí se
mantuvieron, como la habilidad de Erique para estrangular a sus víctimas, las
pesquisas por los pasos de gato del teatro, el lago subterráneo o, por
supuesto, la escena de la caída del candelabro sobre el público a media
función. Otros como la inexplicable, aunque no por eso menos apreciable,
aparición de Franz Liszt (Fritz Leiber) son puro invento de la película. Lo que
me parece muy interesante, y me gusta mucho eso sí, es que, si bien la comedia
romántica es un poco ramplona, la resolución del triángulo amoroso es
completamente atípica, pues Christine decide mandar a volar a ambos galanes
para dedicarse a su público.
Debido al éxito de la cinta, Universal
anunció la secuela cuando la primera aún se encontraba en cartelera. El clímax (Waggner, 1944) sería una
secuela directa de El fantasma de la
ópera y tanto Foster como Eddy de inmediato confirmaron su participación en
ella. Empero, Rains no quiso participar en la continuación, por lo que el guión
tuvo que reescribirse. En la nueva versión, que finalmente fue la que el
público conoció, Boris Karloff interpreta a un médico demente que trabaja en un
teatro de ópera y que se obsesiona con una joven actriz cuya voz suena igual
que la de su difunta y embalsamada esposa. Sobra decir que sin el fantasma en
el título, ni en la historia o por lo menos entre los actores, la película fue
un estrepitoso fracaso.
Quizá El
fantasma de la ópera no sea tan popular como Drácula (Browning, 1931), Frankenstein
(Whale, 1931) o El hombre lobo
(Waggner, 1941); pero creo que no le pide nada a ninguna de estas producciones.
Tal vez lo que sí le duele un poco es la casi absoluta ausencia de escenas de
terror u horror porque, francamente, si uno ve una película de monstruos espera
algo de eso. Sin embargo, se disfruta de principio a fin y siempre es agradable
ver una producción en la que se aprovecharon al máximo todos los recursos.
PARA
LA TRIVIA: En la
escena final, cuando la guarida del Fantasma se derrumba, sólo Susanne Foster
filmó la escena. Eddy y Barrier argumentaron que eran demasiado importantes
para filmar una escena tan riesgosa y exigieron ser sustituidos por dobles de
riesgo.
[1] SKAL, David J., The Opera Ghost: A Phantom Unmasked, Universal
Home Video, 2000.
[2]
Idem.
[3]
Existen numerosos reportes de que el fantasma de Lon Chaney Sr., con vestuario
y maquillaje de el Fantasma de la Ópera, se aparecía en los pasos de gato y
rincones oscuros del set… qué ironía...
[4]
WEAVER, Tom, The Original House of
Horror: Universal and a Monster Legacy, Universal Studios, 2013.
[5]
MALLORY, Michael, Universal Studios
Monsters: A Legacy of Horror, Universe, New York, 2009. P.28.
[6]
Del mismo modo, que Eric sufriera de lepra contradiría la parte en la que
menciona que la primera máscara que usó se la regaló su madre.
[7]
Rains citado en WEAVER, Op.Cit. p.42. Traducción mía.
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