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martes, 25 de agosto de 2015

CIUDADELA. La película de terror que causó sensación en los festivales de cine independiente.


CIUDADELA
Citadel

Ciarán Foy, 2012

Me enteré de esta película por una entrevista que le hicieron al director en una revista especializada. Al principio, con el afán de no revelar demasiados detalles sobre su obra, Foy  me hizo creer que la cinta era una especie de reinterpretación de la clásica Repulsión (1965) de Roman Polanski; pero después me enteré de que se trataba de algo más. Todo el primer acto de la película es, en efecto, muy similar a la obra del polaco; pero después toma una dirección completamente distinta.
    La película cuenta la historia de Tommy Cowley (Aneurin Barnard), quien vive en un deteriorado edificio de departamentos en una zona marginada conocida como Edenstown. Cierto día, su esposa embarazada es brutalmente atacada por una pandilla de adolescentes (o niños ferales, según parece) que la deja en estado de coma para morir meses más tarde. Tommy queda solo con su pequeña bebé y se muda a una casa en planta baja, cerca del edificio donde vivía antes... Y desarrolla un terrible caso de agorafobia.


    Justo cuando el tratamiento para su condición parece estar dando resultado, la pandilla de adolescentes vuelve y comienza a hacer incursiones en su casa, y a perseguirlo para robarle a su bebé. Pero ¿se trata de una amenaza real o es todo producto de la imaginación de Tommy? Cuando Tommy  es contactado por un sacerdote medio loco que ha perdido la fe y se ha convertido en una especie de cazador de monstruos, descubre que los niños pandilleros no son lo que creía y que el edificio de departamentos en el que antes vivía se ha convertido en una ciudadela en la que se crían cosas peores que delincuentes juveniles. Y Tommy tendrá que realizar una excursión suicida al interior de la ciudadela para rescatar a su hijita.
    Debo comenzar a criticar esta cinta con un elogio: Tenía un tiempo que una película de terror no me asustaba de verdad. Y no me refiero a esos espantitos de brincar del asiento, botar las palomitas y después reírte por brincar del asiento y botar las palomitas, no. Me refiero a ese miedo que te mantiene pegado al asiento y con la espalda erizada; de ese miedo con el que no quieres ver la pantalla, pero no puedes apartar la vista de ella.


     El ritmo de toda la cinta es lento; pero eso sólo hace que las pocas y breves secuencias rápidas que aparecen se destaquen más y se vean más brutales. El ritmo lento, casi melancólico, y los filtros azules y grises que utilizaron para la fotografía crean una atmósfera de desolación y abandono que también se ve reflejada en los edificios, en la ropa de los personajes y, sobre todo, en la personalidad de Tommy.
    Y creo que ésta es la columna vertebral sobre la que se yergue esta película. La actuación de Barnard es espectacular —¿Es mi imaginación o el tipo es increíblemente parecido a Elijah Wood?—. La mitad de la película son primeros planos suyos, pero cómo saben usarlos. La actuación contenida y la propuesta narrativa del director se combinan de modo genial para crear imágenes ominosas que le ponen a uno los pelos de punta.


    Ahora, debo decirlo, la película decae. Mientras el primer acto es una historia maravillosa de soledad, aislamiento y desasosiego; de monstruos que están, pero no se ven más que en el reflejo de los utensilios de cocina o entre las sombras de las cortinas; la historia de un hombre luchando contra un entorno que antes le era cotidiano y ahora le resulta hostil; el resto se vuelve condescendiente.
    El segundo acto deja de lado la ambigüedad que tan bien manejó el primero y confía su narrativa a una vuelta de tuerca que no me parece tan exitosa. Por lo menos, no a nivel argumental; porque ya en la realización resulta ser bastante efectiva. Me refiero a que las criaturas resultan aterradoras. Aterradoras en verdad, pero no sé si me gustó que la historia tomara ese rumbo.
    Quizá sea el hecho de que nunca se les pueden ver los rostros, quizá sea que sus chillidos son increíblemente parecidos a llantos de bebé o quizá sean sus ojos reflectantes. O tal vez simplemente es el hecho de que sean tan parecidos a niños de la calle, comunes y corrientes, que podrían prosperar perfectamente en nuestra sociedad sin que nadie se diera cuenta de ello.


    El tercer acto es un tanto decepcionante. Esta cinta que había sido sobria e inteligente se deja llevar por los excesos y los clichés del melodrama de horror, y se convierte un poco en una copia de cualquier película de cazadores de vampiros. Incluso por momentos llega a parecerse a algo de Hammer.
    Así pues, esta cinta comienza siendo arriesgada y propositiva. Pero conforme va avanzando, el género la va “domando”. A final de cuentas es una buena película que sí logra helarle la sangre a uno y que, al terminar de verla y quedarse a oscuras en su sala o habitación, voltee por sobre su hombro.
    Y la otra parte que se me hizo harto interesante de esta película es su contexto. Las películas de terror son siempre interesantes y por demás oportunos termómetros sociales que retratan los miedos e inquietudes de una determinada población en un determinado momento de su historia. Los monstruos radiactivos de los sesenta manifestaban el terror que el mundo le tenía a la Era Nuclear, los niños diabólicos y sectas expresaban la inquietud de los EE.UU. ante los cultos y comunas, y en los ochenta los slashers conmemoraban la acuñación del término “asesino serial”, por citar algunos ejemplos.


    En este mismo tren de pensamiento enlazo Ciudadela con Silencio en el lago (Watkins, 2008), otra película británica en la que una joven pareja es acechada durante su fin de semana en el bosque por una pandilla de adolescentes sádicos. Así que ¿Qué está pasando con las juventudes británicas? ¿Qué están haciendo los adolescentes del Reino Unido que tiene aterrados a sus padres? Supongo que, finalmente, hay que tenerle miedo a los herederos del punk.

PARA LA TRIVIA: La película es un tanto autobiográfica. Ciarán Foy fue atacado por una pandilla de niños cuando tenía dieciocho años, incidente que le provocó una agorafobia que no fue capaz de vencer hasta los veintitantos.



1 comentario:

  1. Sí, porque si en la vida real llegan a ser unos desgraciados, ahora imagínate...

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