LOS MUERTOS
The Dead
Howard J. Ford y Jonathan Ford, 2010
Dice por ahí uno de esos
secretos a voces que una película de producción tercermundista (no lo digo en
sentido peyorativo, sino literal) triunfará en los festivales internacionales
siempre y cuando hable mal del Tercer Mundo ‒Amores perros (Iñárritu, 2000) y Heli (Escalante, 2013) me saltan a la mente‒. Eso no sólo
explicaría el despunte del cine mexicano en el extranjero durante los últimos
tres lustros, sino que también explicaría por qué esta cinta se vendió en los
festivales como una producción africana. Sin embargo, en realidad la película
fue escrita y producida en el Reino Unido, y filmada y prácticamente
“maquilada” en Burkina Faso.
En la cinta se cuenta la historia del Tte.
Brian Murphy (Rob Freeman), ingeniero mecánico militar, quien sobrevive luego
de estrellarse su avión en los territorios cercanos a Sierra Leona justo cuando
intentaba evacuar. ¿La razón? Por si la guerra civil no fuera suficiente, una
plaga de zombies se ha desatado en la región, convirtiendo a sus habitantes
(sólo a los de raza negra, según parece) en cadáveres ambulantes hambrientos de
carne humana.
Había escuchado muy buenos comentarios
sobre esta película, pero apenas tuve oportunidad de verla. Y debo decir que no
me gustó casi nada. Al principio me pareció interesante, pero conforme fue
avanzando me fue decepcionando más y más hasta volvérseme odiosa ya para el
final.
A su favor diré que durante la primera
mitad, su narrativa es bastante sólida y ésta, trabajando en conjunto con una
fotografía majestuosa, llena de texturas y claroscuros, va llevando la historia
bastante bien… por lo menos hasta que uno se da cuenta de que lo que está
viendo prácticamente es un loop.
Lo digo porque después de un rato uno
empieza a sentir el tedio de una película cuyo guión tiene muy pocos diálogos y
está llena de escenas de “rock climbing”: término usado por los fobocinéfilos
para referirse a aquellas escenas en las que los personajes sólo caminan y
caminan y caminan (o trepan riscos, de ahí el nombre) sin que algo pase
realmente. Así pues, luego de una tercera parte de la cinta, ésta se convierte
en “puras escenas de ese güey caminando”.
Los efectos especiales son bastante
disparejos. Hay escenas muy padres, como ésa en la que le abren un boquete a la
cabeza de un zombie con una escopeta; pero también otras que francamente
tientan su suerte, por no decir que hasta llegan a ofender la inteligencia del
público, como aquélla en la que una mujer va cargando a su bebé para
salvarlo... y confiando en que el público no notará que es sólo un muñeco.
Hay algunas escenas bastante bien logradas
con actores mutilados haciendo papel de muertos vivientes y, en el otro
extremo, hay escenas de balazos donde borbotones de sangre salpican por todos
lados pero las balas no hacen herida alguna.
En cuanto a la apariencia general de los no-muertos,
la película toma fortísimas influencias de dos fuentes principalmente: por un
lado el videojuego Resident Evil 5
(Capcom, 2009) y, por el otro, las películas italianas de zombies producidas en
los 70 y 80. A este respecto también tengo opiniones divididas. En algunas
secuencias, las imágenes de los muertos vivientes, con sus miradas de
pupilentes blancos perdidas y su falta de tono muscular, son aterradoras; pero en general, los zombies son
el típico cadáver reanimado vestido con costal de papas tan popular en las
cintas de Lucio Fulci como las ya clásicas Zombie
(1979) o La ciudad de los muertos
vivientes (1980). Es decir, se ven bien, pero la verdad es que los
italianos (incluso en ocasiones en coproducción con los mexicanos) estaban
haciendo películas como ésta hace treinta años.
Hasta aquí, la cinta tendría todo para ser
solamente una película mediocre del subgénero de zombies, y ojalá se quedara en
eso. Lo que realmente me molestó de esta peli es que al final, el subtexto
resulta ser marcadamente racista. Como Cinéfilo Incurable ni rechazo ni apruebo
el racismo, pero como discurso cinematográfico me parece muy pasado de moda.
Lo anterior se hace patente en las escenas
en las que Murphy hace equipo con el Sgto. Daniel Dembele (Prince David Oseia),
un miembro del ejército local que ha dejado su puesto para buscar a su familia en
medio de la crisis zombie. Resulta sorprendente que, a pesar de ser un militar
nativo de la zona, el conocimiento de Dembele sobre el terreno sea
prácticamente nulo, y siempre inferior al de Murphy. Vamos, al final del día
esto termina siendo una especie de Robinson
Crusoe con zombies.
Y por si el mensaje colonialista no hubiera
quedado claro, éste se acrecienta cuando Murphy por fin logra llegar a la base
militar que sirve como campamento de refugiados. Para decepción del ingeniero/militar/mercenario
(ya ni sé, la verdad), en el lugar no hay aeroplanos o medio de transporte
alguno; pero sí un radio, descompuesto… pero eso no importa porque con un
cautín y una elipsis, Murphy solito logra arreglar lo que trescientos negros no
pudieron. Y ni qué decir de que en la película aparecen quizá uno o dos zombies
caucásicos, el resto es de raza negra y Murphy se da vuelo acribillándolos a
balazos o, en una escena impresionante (bien hecha, hasta eso), destazándolos
con un machete.
En conclusión, sí se trata de una cinta
diferente y en cierto sentido hasta alternativa dentro del género. Sin embargo
la alabada “frescura” que aporta al cine de zombies viene precisamente de
retomar los muertos vivientes lentos, silenciosos y amenazadores que ya nos
habían mostrado George A. Romero, padre del género, y su digno sucesor, Lucio
Fulci. Asimismo, aunque la cinta se vanagloria de ser una propuesta realista,
ésta se viene abajo gracias a sendos descuidos en los efectos especiales, el
maquillaje o el vestuario (a pesar de que se supone que Murphy es miembro de la
Fuerza Aérea de EE.UU., cuando se le muestra en uniforme de gala, éste es el de
la Marina de EE.UU.). Se trata pues de una cinta bastante mediana y cuya fama
creo que no es merecida, con un subtexto tan racista, pues ni siquiera llega a
colonialista, que haría sonrojar a H. Rider Haggard. Como quien dice, mucho
ruido y pocas nueces.
PARA
LA TRIVIA: Debido a su ajustado presupuesto, la película debía
filmarse en un periodo de seis semanas. Sin embargo, debido a diversos
problemas como un retraso en el envío de material fílmico o el hecho de que Rob
Freeman contrajo malaria durante la filmación, entre otros, la producción se
completó en doce semanas.
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