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sábado, 22 de noviembre de 2014

EL FANTASMA DEL PARAÍSO. El Fantasma de la Ópera se vuelve glam... Sí, más.


EL FANTASMA DEL PARAÍSO
Phantom of the Paradise

Brian De Palma, 1974

Cada que veo esta película recuerdo ese episodio de Los Simpson titulado La boda de Lisa; en la escena del futuro cuando la maestra Hoover menciona que Martin Prince murió en la explosión en la feria de ciencias y éste aparece desfigurado como el Fantasma de la Ópera tocando la versión disco, compuesta por Walter Murphy, de La quinta de Beethoven en su órgano. Básicamente, creo que eso resume esta cinta.
    Y es que el barroquismo glam que da forma a esta reinterpretación de la historia de Gaston Leroux consagraría a De Palma como un maestro del exceso que sólo podría ser superado en décadas posteriores por nuestro querido Baz Luhrman.
    La cinta narra la historia de un compositor, Winslow (William Finley), con un enorme talento pero pocas oportunidades. Winslow es descubierto con el andrógino productor musical Swan (Paul Williams), quien lo traiciona y le roba la que sería su obra maestra, la cantata Fausto (que además del Fausto de Goethe hace referencia al Frankenstein de Mary Shelley). Cuando Winslow intenta reclamar lo que es suyo, Swan lo encarcela y lo tortura. Winslow logra escapar de la prisión y regresa a la ciudad para atacar las oficinas de Death Records, la casa productora de Swan, pero sufre un terrible accidente con una prensa para imprimir discos y es dado por muerto.


    Tiempo después, Swan está por inaugurar el teatro Paradise, el más lujoso y exquisito recinto musical de la historia, y lo hará con el estreno de su cantata Fausto, protagonizada por la otrora inocente cantante Phoenix (Jessica Harper, quien sólo pudo ser considerada guapa en los setenta) de quien Winslow se enamoró pero que ahora ha sido seducida por Swan.
    Así las cosas, una serie de extraños asesinatos comienzan a ocurrir en el Paradise. Swan descubre que Winslow, ahora deforme, es quien está detrás de todo ello y lo contrata para terminar Fausto. Ahora, Winslow deberá decidir entre su honor y su integridad artística o la fama y la carrera de la mujer que ama. Además de que, en el camino, descubrirá el terrible secreto tras el enigmático origen de Swan.


    Creo que el punto de referencia más cercano para esta película sería El show de horror de Rocky (Sharman, 1975), pero sería sólo en la forma, pues ambas películas son muy diferentes. El fantasma… no es propiamente un musical, aunque sí tiene varias escenas cantadas tipo arias, y aunque sí es caricaturesca, no es una parodia, y prevalece más su sentido trágico-romántico como queriendo llegarle a un gótico-glam —¿Alguien entendió qué carajos quise decir?—.
    En un primer nivel, la película utiliza los colores saturados, las actuaciones grandilocuentes, vestuarios estrafalarios y un Fantasma que parece una pesadilla de Freddie Mercury para criticar la falsedad y vacuidad de la industria musical. A este respecto, llama la atención el personaje de Phoenix, quien representa a las artistas seducidas por la fama de a peso la docena.
    Debajo de su capa tras capa de colorido maquillaje con diamantina, la verdad es que esta obra toca un tema que es común a todos los artistas. ¿Qué tan dispuesto está uno a ceder su obra en aras del reconocimiento? Y ¿cuándo una obra deja de pertenecernos? Y realmente ¿Qué es una Obra Maestra y quién lo decide? —sí, Balzac, te estoy hablando a ti—.


    Ahora bien, algo que siempre me ha parecido curioso es que en prácticamente todas las adaptaciones cinematográficas de El fantasma de la Ópera  —excepto en la de 1925, en cuya realización participó el mismo Leroux, y en la de 1988 protagonizada por Robert Englund como El fantasma— retratan al personaje como un artista de alma torturada, un héroe romántico víctima de tanta injusticia que haría sonrojar a Wilhelm Tell.
    ¿Por qué nadie retoma el personaje original creado por Gaston Leroux? Un genio de la ingeniería, las matemáticas y la música con ambiciones megalómanas, un rostro deforme y un sádico gusto por la tortura... aunque no por eso con menos carisma.
    En contraste, en esta versión Winslow termina siendo un obrero que fabrica música empleado por su tiránico patrón Swan. Esto, aunado al tono faustiano de todo el asunto le da al show una interesante vuelta de tuerca al final.


    Y, quizá debido a los colores saturados, a los vestuarios que oscilan entre lo kitsch y el rococó, a los números musicales melosos que se reparten a lo largo de la peli, a la perturbadora apariencia de Swan o no lo sé, quizá simplemente a que todo el conjunto resulta excesivo, pero el final es algo anticlimático. Digo, para el tono que había estado teniendo toda la película hasta su desenlace, la verdad es que el enfrentamiento final entre Swan y Winslow desmerece.
    Así pues, se trata de una cinta mediana. No es la mejor de Brian de Palma ni la peor, simplemente creo que es una cinta muy producto de su época que, si bien no es mala, nunca termina de sentirse cómoda en su elemento el cual es… pues... ¡Hombre! Ahí está el detalle: Parece ser que todo el brío y entusiasmo de esta película se desgasta en la forma para crear una mezcla de géneros a la que se le ven las costuras por todas partes y no en concretar un fondo         que le de sustento a todo.


    A fin de cuentas se trata de una crítica un tanto banal y superficial de la banalidad y la superficialidad, una denuncia contra la industria discográfica que no es melodrama, ni musical, ni comedia, no farsa ni horror; es El fantasma del Paraíso.



PARA LA TRIVIA: La película originalmente iba a titularse únicamente The Phantom (El Fantasma); pero King Syndicate Features, propietarios de los derechos de la tira cómica de El fantasma, exigieron que la película tuviera un título más largo para evitar que se confundiera con su personaje.


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