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martes, 10 de marzo de 2015

EL QUINTO INFIERNO. La película de acción que sería un sueño para cualquiera... excepto para su creador.


EL QUINTO INFIERNO
AKA Los santos del Infierno
pero originalmente titulada The Boondock Saints


Troy Duffy, 1999

Hubo una época en la que el cine independiente fue realmente independiente. Y no, no me refiero a la década de los ochenta, en la que compañías productoras familiares, cuyas oficinas eran garajes, que se dedicaban a hacer películas de horror se multiplicaron como Starbucks. Me refiero a los noventa, cuando figuras como Ben Stiller —quien antes de ser comediante fue director, y bueno, además— Spike Lee y Quentin Tarantino demostraron que el cine independiente era también una forma válida de entretenimiento.
    La película narra la historia de los hermanos Connor (Sean Patrick Flanery) y Murphy (un joven Norman Reedus antes de que The Walking Dead lo pusiera en los cuernos de la luna) MacManus, quienes son unos pobres diablos sin futuro que trabajan en una empacadora de carne y viven en un barrio irlandés marginado en Boston. Cierta noche, por un accidente en una riña en el pub local, los hermanos MacManus asesinan a un sicario de la mafia rusa. El FBI, con un equipo liderado por el pomposo detective Smecker (Willem Dafoe) —quien además tiene tendencias travestistas muy raras—, comienza a investigar el caso, creyendo que el asesinato del matón fue obra de profesionales. Sin embargo, la verdad pronto sale a la luz: se trató sólo un golpe de suerte de los MacManus... ¿O no? Los hermanos, criados en el más fanático de los catolicismos, comienzan a creer que son los elegidos de Dios para rescatar el barrio de las garras del crimen. Así, forman un grupo de vigilantes que se encarga de asesinar a los capos de la mafia local y que desconcierta a los investigadores liderados por Smecker quien, en última instancia, deberá tomar una decisión vital: Arrestar a los asesinos que han tomado la justicia en sus manos o unirse a ellos
    Esta película tiene todo ese feeling de película independiente de los 90. Un humor referencial que no recae en citas textuales de otras películas, sino en la manufactura misma de la cinta. En general, toda la película tiene un tono socarrón y desenfadado y crea un universo propio lleno de chistes locales y de guiños al espectador que convierten la experiencia de ver esta cinta como en una amena charla con un viejo amigo.


    A final de cuentas, todo el numerito termina siendo una especie de mezcla entre El gran Lebowski (Hnos. Coen, 1998) con un poquito de Tiempos violentos (Tarantino, 1994) y un saborcito a Buenos muchachos (Scorsese, 1990); todo dentro de un envoltorio desenfadado e irreverente en una obra que, en su estilo, claramente anuncia los últimos estertores de la década.
    Las grandes actuaciones de todos los involucrados son uno de los pilares sobre los que se construye esta cinta. Si bien los hermanos MacManus son las estrellas de la peli, es Dafoe quien se roba la película con su interpretación de Smecker. Conforme la cinta va progresando y el detective del FBI se va dando cuenta de su vocación y de la función que los Santos —que es como la gente comienza a apodar a los MacManus— están desempeñando en su microcosmos, éste va llegando a una especie de epifanía de la que simplemente no se puede uno cansar. A pesar de ser un personaje secundario, siento que no puedo tener suficiente de esta cruza entre Sherlock Holmes y el Dr. Frankenfurther.
    ¿Se han fijado cómo en las películas de mafiosos siempre el líder de un cártel es un actor de renombre que particularmente se luce en ese papel —además de Robert DeNiro, claro—? Bien, pues aunque no se trata del líder en sí, el más sobresaliente de los villanos de esta cinta es Il Duce. Interpretado por Billy Connolly, Il Duce es una especie de bulldozer humano sin sentimientos, con pocas palabras y una eficacia imparable. Es, también, uno de los personajes más adorables de la película gracias a una interesante vuelta de tuerca hacia el clímax de la misma.


    Otro punto a favor de esta cinta es su guión, que es inteligente y propositivo, y posee una narrativa fragmentada que recuerda un poco el estilo inicial del hombre que convirtió el cine independiente en comercial: Quentin Tarantino. Son particularmente disfrutables las secuencias en las que se contrastan las hipótesis de Smecker en la escena del crimen, en las que conjetura que los homicidios son obra de asesinos profesionales que rayan en lo artístico, con los flashbacks de lo que realmente sucedió.
    Finalmente, no puedo dejar de hablar de la génesis de esta película ya que incluso llega a ser más interesante que la cinta misma.
    Había una vez (a principios de 1997) un músico semiprofesional llamado Troy Duffy, quien tenía su banda y trabajaba como barman y cadenero en un bar de Boston. La vida era buena y todos se divertían. En los contados tiempos libres que tenía, Troy se puso a escribir el guión para una película. En él trataba de construir una especie de homenaje a sus películas favoritas.


    Duffy llevó su guión a la agencia Williams Morris, quienes lo rolaron por las principales casas productoras de cine para ver quién se interesaba por él. Sucedió que, casualmente, Harvey Weinstein, vice-presidente de Miramax Films, la compañía de cine independiente más importante del momento que nos trajo películas como Tiempos violentos, Del crepúsculo al amanecer (Rodriguez, 1996) y Shakespeare enamorado (Madden, 1998), se sintió maravillado por el guión y lo compró, viajando personalmente a Boston para cerrar el trato en el bar donde trabajaba Duffy.
    El barman, en una jugada increíble, logró cerrar un trato con Weinstein no sólo para que le comprara el guión, sino para que Miramax lo contratara como director y para que su banda musicalizara la cinta. Por si esto fuera poco, Duffy también convenció al vice-presidente de Miramax para que se asociara con él e invirtieran su dinero en un bar en Los Ángeles.
    Duffy se volvió la sensación de la industria. El muchacho que había logrado el sueño de Hollywood. Pero poco después de que se mudara a Los Ángeles, Duffy comenzó a cometer errores que finalmente terminaron con su carrera antes de que iniciara. Se llevó a todos sus amigos de la adolescencia, con quienes había formado su banda, para que trabajaran con él… sin pagarles. Al poco tiempo, el director en ciernes parecía más interesado en beber y beber, y codearse con las celebridades del momento que en trabajar en su proyecto.
    Pero estoy siendo injusto con él. Duffy guardaba celosamente su proyecto y defendía su independencia creativa, tanto que de pronto ningún actor parecía suficientemente bueno para trabajar con él. Habló pestes de Keanu Reeves, Ethan Hawke y Ewan McGregor, y llamó “puto” por teléfono a Kenneth Branagh —de acuerdo, de acuerdo, Reeves y Hawke sí son malos, pero no vas y lo gritas en un bar frecuentado por medio Hollywood—. En poco tiempo, Duffy era un apestado en la industria del cine, lo que además arruinó la negociación que él y su banda tenían con una compañía disquera.


    Menos de seis meses después de que Miramax comprara el guión de El quinto infierno, Harvey Weinstein dejó de recibir las llamas de Duffy. Y, si estando en Hollywood, alguien de apellido judío se niega a atender tus llamadas, sabes que estás en problemas.
    Miramax “liberó” los derechos del guión de El quinto infierno en 1998 —esta es una jugada sucia clásica de Hollywood en la que la casa productora prácticamente obliga al autor a comprarles de regreso su propia obra— y Weinstein le compró a Duffy su parte del bar. El muchacho de Boston tuvo que volver a trabajar como barman y, si quería que su película se produjera, tendría que arreglárselas por su cuenta. Williams Morris trató de salvar el barco antes de que terminara de hundirse ofreciendo el guión a las compañías que habían mostrado interés por él un año antes. Nadie quiso comprarlo.
    Finalmente, un productor independiente se ofreció a financiar el proyecto por 8 millones de dólares (el presupuesto de Miramax era de 15 millones) y Duffy aceptó de mala gana, pero a la primera.
    Por desgracia, para el momento en el que por fin se estrenó la película, la Masacre de Columbine se había arraigado mucho en la cultura norteamericana, por lo que la violencia, como la que es ensalzada en El quinto infierno, se volvió un tema muy sensible. Poca gente lo nota, pero la verdad es que Hollywood cambió mucho después de dicha tragedia.
    Así pues, la fecha de estreno de la película se retrasó hasta enero de 2000 y su corrida en salas cinematográficas fue excesivamente limitada   (por no decir que fue una chingadera que sólo duró una semana exhibiéndose en cinco cines “de arte”). Sin embargo, los producotres lograron lanzarla en video como renta exclusiva de Blockbuster Video —¿Se acuerdan de Blockbuster?— donde la película fue un éxito.
    Precisamente gracias al mercado casero fue que esta película se convirtió en una obra de culto con millones de seguidores y que multiplicó su presupuesto en rentas… Lamentablemente, el productor de la cinta, por muy independiente que era, trabajó bajo los estándares de Hollywood: El autor del guión renuncia a su derecho a percibir regalías, por lo que Duffy no obtuvo un solo centavo por las rentas de la película.


    A la fecha, Duffy no cree que su pésima actitud haya sido la causa de la ruina del proyecto, y más bien lo atribuye todo a “cosas que pasan y lo corrompida que está la industria del cine” —a pesar de que el problema central sí fue su actitud, no puedo evitar pensar que el hombre tiene cierta razón—.
    La historia de su infausta película se cuenta en el documental Overnight (Montana y Smith, 2003), en el que puede verse muy bien la transformación de Duffy. No se trata de un artista defendiendo la individualidad de su obra, se trata de un niño caprichoso y egomaniaco que no pudo soportar la fama.
    Y así con todo, la película es increíblemente divertida e ingeniosa y no cuesta trabajo ver por qué se ha hecho con una muy nutrida legión de fanáticos alrededor del mundo. Sé que hay una moraleja en toda esta historia, pero cuando la reviso la verdad es que parece que entre sus personajes sólo hay villanos… y de los tontos, como ésos de Rocky y Bullwinkle. 

1 comentario:

  1. Considero esta película como una de mis favoritas. Aunque yo no la vi en sala de cine. Fue todo un regalo haberla encontrado antes del Golden Choice una madrugada hace muchos años. Pero me a mi gusto las actuaciones son lo que la hacen tan buena, esos errores que cualquier otra película edita. Además que la trama que maneja es tipo árcade de aventura, que hace que esperes que vayan derrotando a enemigos hasta llegar al Boss. Y es lenguaje sacro que es parte esencial de la historias no raya en lo divino pero si en ese fatatismo de querer hacer el bien. Como ellos lo entendieron, matando a los "malos" pero respetando esos simbolismos que guardan las antiguas creencias de la muerte. Gracias

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